sábado, 19 de enero de 2013

Tocqueville y España

Decía Alexis de Tocqueville que el riesgo de los regímenes aristocráticos radica en  el despotismo, mientras que en los populares está en la corrupción. Desde el punto de vista psicológico sería natural, las clases privilegiadas no necesitan dinero, lo importante es la vanidad que proporciona el poder. Como lo tienen, pueden permitirse el lujo de despreciar el vil metal, y se obsesionan con el honor y la inmortalidad. Por el contrario, los titulares de funciones políticas en una democracia proceden del pueblo, carecen de seguridad económica, y pueden ser tentados por el enriquecimiento. Si fuera cierto, España sería el país más democrático del mundo a la vista del generalizado robo de los caudales públicos. ¿En manos de quién estamos?

En mi opinión, el análisis de Tocqueville es cierto, pero, en España al menos, el problema ya es de otra naturaleza. Aquí, la democracia ha muerto, nadie cree en ella. Los partidos políticos han desaparecido, la separación de poderes es irreal y no existe auténtica libertad de expresión sustituida por una dictadura del pensamiento único que arroja a las cavernas a los seres independientes. La valoración de la inteligencia se ha reducido a la nada sustituida por una civilización del espectáculo, tiene razón Vargas Llosa, que sólo se interesa por el escándalo, y la frivolidad. La complejidad y el matiz tienen muy mala prensa, aquí lo que domina es el sí o el no, basta con comprobar que todo quiere ampararse en  encuestas bien simples (provenientes de las redes sociales en donde opinan niños a los que se trata como si fueran respetables contertulios).

Por otra parte, todos los personajes relevantes, en cualquier parcela de la vida social, son objeto de investigación inquisitorial por parte de  los demás. La destrucción del contrario se ha convertido en un deporte mucho más popular que el fútbol, lo único que parece interesar en este país es despellejar a los que destacan: sería lícito para ello meterse en cualquier terreno desde la sexualidad a los negocios, todo vale. ¿A quién le puede convenir en esas condiciones participar en política?  A nadie que tenga dignidad. Tenemos muy mala fama los españoles, incluidos por supuesto los catalanes bien reflejados en el "Conde de Montecristo", somos un país cruel y duro, por qué no leen a Montherlant, a Defoe o a Gombrich.

Creo, además, que no hay ya nada que hacer. Las corrientes subterráneas de la historia llega un momento que no pueden pararse. En medio de la crisis económica, y los ataques a la Monarquía, propiciados por seres cotillas atraídos por el morbo de Corinna, nos estalla el problema catalán. A ver si mi Tánger se independiza.

miércoles, 16 de enero de 2013

Los franquistas contra Wert



Hace ya muchos años, todavía en el franquismo, un familiar mío asistió a una reunión convocada por la asociación de padres de un colegio sevillano para tratar de cuestiones de carácter moral y educativo; por la razón que fuera el acto tenía cierta trascendencia y la concurrencia fue masiva. Era bastante conocido tanto por su trayectoria personal como por su profesión y publicaciones. Además, alguno de sus hijos había padecido cárcel por pertenecer a un partido de izquierdas. Tomó la palabra y, casi inmediatamente, fue objeto de insultos y abucheos de enorme violencia. Después nos enteramos de que entre el público se encontraba más de un miembro de la policía política, la Brigada de Investigación Social. No le dejaron hablar, le llamaron rojo y comunista con un odio de tal naturaleza que impactó en su pobre mujer, que lloraba asustada. Eran unos fascistas, y como tales se complacían en el daño personal, no sabían dialogar.

La gente que no es capaz de oír chilla y, cuanto más miedo le da la opinión del contrario, más se desgañita. Observen a los presos de ETA en la Audiencia: se ríen o gritan porque no quieren enfrentarse con su propio rostro tal y como lo describen los testigos. Hacen ruido para no tener que recordar lo que han hecho. Los franquistas lo tenían claro, si tus palabras eran peligrosas corrías el riesgo de que te llevaran a la cárcel, el mejor modo de silencias a los demás. Al menos no engañaban a nadie pretendiéndose progresistas. Amaban la dictadura, no mentían.  Es cierto que los titulares de los poderes públicos se equivocan, a veces mucho, pero siempre tienes la vía de la oposición a través de la prensa y las manifestaciones públicas. Cuando un gobernante es malo, los países civilizados lo cambian y punto. Si lo amordazas es que no tienes capacidad suficiente para discutir con él.

Los que impidieron ayer las palabras de Wert deben ser seres muy primitivos, anteriores desde luego a la Ilustración burguesa. Hoy día todo el mundo sabe que las convicciones de los hombres se desvanecen con el tiempo. Entonces, ¿cómo estar seguros de que estamos en lo cierto? En pura lógica, el perseguido puede decirle al perseguidor: ¿por qué estás tan convencido de que eres tú el que tiene razón y no yo? Y la respuesta, todo lo absurda que se quiera pero dominante durante siglos, muy simple: porque Dios está conmigo. La consecuencia se refleja en las palabras de San Agustín: "Hay una persecución ilegítima, la que los impíos hacen a la Iglesia de Cristo; y hay una persecución justa, la que las Iglesias de Cristo hacen a los impíos...La Iglesia persigue por amor, los impíos por crueldad". La miseria moral del hombre le hacía incapaz de ponerse en el lugar de los demás. Parece que los alborotadores de ayer se encuentran en la misma situación mental.

¿A qué viene ese grado de violencia? La política, también la relativa a la enseñanza, es compleja, caben muy distintas opciones. Pero los que defienden sus posiciones con chillidos son seres groseros, desde luego no son demócratas y menos de izquierdas.¿Alguien se puede imaginar a Fernando de los Ríos boicoteando un acto electoral?

sábado, 5 de enero de 2013

Soy catalán, quiero votar



Los independentistas nos advierten que ninguna Constitución puede atar para siempre a las generaciones que se suceden en el tiempo; entre otras razones porque la legitimidad jurídica nada puede frente a la democrática, única esencial. De manera altanera, despreciativa también, pretenden recordarnos que la voluntad del pueblo catalán no puede ser condicionada por una legalidad que no les representa. En el fondo, no conocen el sentido exacto de los términos. La palabra democracia viene del griego, y no significa otra cosa que poder del pueblo. Pero, ¿de cuál? Tan pueblo es el de Sabadell como el del conjunto de Cataluña. Los segundos podrían autodeterminarse, los primeros no. ¿Por qué? Yo nací en Tánger, ciudad internacional, ¿no tendríamos los tangerinos,  marroquíes y europeos, derecho a votar por nuestra internacionalidad?

¿Cuál es el sujeto del derecho de autodeterminación? Sin resolver este problema, cómo puede abordarse algo de tanta trascendencia. Los partidarios de la Esquerra nos dirán que ese sujeto se encarna en los ciudadanos que residen en dicha comunidad, sin ninguna restricción. ¿Cuál sería la razón para que no puedan votar los que, por trabajo o necesidad, se encuentran censados en el extranjero? No hay ninguna desde el punto de vista moral, es más sería injusto que no pudieran participar en una decisión que afecta a su existencia como ciudadanos. Es algo elemental, ¿verdad? Pues si lo es todos los españoles tendríamos que votar en un referéndum secesionista, pues somos catalanes, vascos, murcianos, canarios  y andaluces a la vez. A diferencia de la Francia jacobina, España constituye una nación de naciones, como de manera algo cursi se dice, que a todos nos engloba.

En un interesante artículo publicado a finales de los setenta, Amparo Rubiales, hablando del concepto de nación, dijo que constituía una realidad que existía en cuanto de manera estrictamente subjetiva quería existir. Pues bien, yo me siento catalán como deben sentirse absolutamente todos los españoles por el hecho evidente de que la realidad de nuestro Estado se creó con la unión de Castilla y Aragón. Los independentistas son tan tontos que no se dan cuenta que España son ellos; en realidad si se separan destruyen un concepto que surgió con aquella unión.

Desde niño me enseñaron que ser español significaba participar de una herencia americana y musulmana que se combinaba con otra, de vocación profundamente europea, extendida por todo el Mediterráneo hasta Grecia. Si renuncio a una de ellas, me despojo de mi propia historia y no quiero que otros decidan por mí. Por tanto, si se organizara un referéndum de autodeterminación, lo advierto desde ahora, exijo mi derecho a participar. Otra cosa sería una barbaridad.