sábado, 27 de octubre de 2012

Españolista



Una persona muy querida para mí dijo, no una, muchas veces que se definía como españolista, y eso que desempeñó un alto cargo en el gobierno de una Comunidad Autónoma. No es extraño, ya Azaña en plena guerra civil había advertido que defender a España no significaba otra cosa que apostar por “ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma, de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo y como ejecutoria de su nobleza”. España no es sólo Castilla, nuestro patrimonio común es plural y se nutre muy esencialmente de aportaciones catalanas y vascas. A diferencia de la mayoría de los europeos, de carácter homogeneo o jacobino, nos caracterizamos por la diversidad.

Ser español es ser también vasco, es decir, miembro de un pueblo cuya lengua se remonta al origen de los tiempos, y tan peculiar que todavía nadie puede determinar con precisión de dónde pudo venír: ¿son los restos más puros de los iberos o vienen del Caucaso? El padre Barandiarán, en su Ataun natal, se dedicaba a buscar restos de sus cráneos, desechando los que no encajaban con un despreciativo: “éste era un celta despistado”. Pero no es nada difícil distinguirlos, basta con preguntar por sus apellidos. Von Humnboldt llegó a afirmar que nunca había visto un ejemplo más claro de nación que en Euskadi. Por eso, y muchas cosas más, me siento orgulloso de ser vasco.

 España tampoco puede entenderse sin Cataluña, y no nos deben  escandalizar sus intentos de diferenciación. Ya Azaña, en las Cortes en 1932, señaló que “no hay en el [proyecto de] Estatuto de Cataluña tanto como tenían de fuero las regiones españolas sometidas a la monarquía de los Austrias”. Su política de expansión mediterránea, Roger de Flor, Roger de Lauria y los almogávares son tan nuestros como lo es el pasado musulmán andaluz. La Renaixença, “Els segadors” y Lluis Llach  son españoles como usted y como yo. La figura de Companys, con sus intentos de proclamación de la República catalana, forma parte de lo más íntimo de nuestra idiosincrasia.

Si se fuera Cataluña, España dejaría de existir, pues no somos otra cosa que la resultante de la unión de Castilla y Aragón. Pero sin liderazgo, esto no se va a mantener. No es el momento para una política de perfiles bajos, hace falta la grandeza que no tiene  Rubalcaba ni, me temo, tampoco Rajoy. Durante estos años nos hemos comportado como provincianos encerrados en un “café para todos”, propio de individuos celosos de sus parcelas de poder. Azaña decía que la patria no era otra cosa que un “caudal de belleza”, que había que defender. Hoy no hay nadie que sepa hacerlo, volverán las taifas.

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Desaparece el PSOE?

Todos los partidos mueren, es lógico son el producto de una serie de circunstancias que se transforman con la historia. Del de D. Manuel Azaña, por ejemplo, que constituyó el centro de la II República, no queda más que el recuerdo. Y en tiempos más recientes, en Italia, ¿qué ha sido de la Democracia Cristiana o del PCI? Prácticamente han dejado de existir, lo que es algo lamentable si se tiene en cuenta que nadie podrá reemplazar la categoría intelectual de Berlinguer o Gramsci. Es ley de vida, el tiempo reduce a cenizas las ideas, sería absurdo rebelarse contra ello. 

El problema encierra mayor gravedad si la desaparición se produce en el transcurso de una legislatura, es el caso de Grecia donde el partido de Papandreu ha dejado de contar. ¿Puede ocurrir en España? Es muy difícil de pensar en el PP, aun cuando descienda en votos, por la sencilla razón de que en tiempos convulsos una buena parte del electorado conservador se aglutinará en opciones seguras, y Rajoy se asemeja a una roca cuyo silencio parece guardar la promesa de una solución. En nuestra opinión es en el PSOE donde se encuentra el riesgo, basta con analizar las últimas encuestas catalanas que quieren reducirlo a la marginalidad. 

Sería un desastre, en primer lugar porque en las “nacionalidades históricas”, donde el rechazo a las opciones españolistas hacía alejarse del PP, el PSOE constituía una solución atractiva para los sectores de la población que aceptaban el sistema constitucional. Si desaparece, o se desprestigia, ¿a quién votarán? Y en el resto del Estado, su debilitamiento no haría más que fomentar las ofertas folclóricas, radicales y antisistema. Se quiera o no, el Partido Socialista ha vertebrado España durante los últimos treinta años, y junto con el Partido Popular e Izquierda Unida ha dado respetabilidad a nuestro país. 

Besteiro, Julián Zugazagoitia y Ramón Rubial fueron personas honestas y serias, y España  puede sentirse orgullosa de ellas. La tragedia ha marcado nuestra historia, y se puede repetir. Para evitarlo, se necesita poseer la inteligencia, carisma y honradez que aquellos hombres tuvieron. Lamentablemente, no veo entre los dirigentes actuales nadie, o casi nadie, a su altura. Defender las pequeñas parcelas de poder hasta morir no sólo es mezquino, es antiestético. ¿Qué más nos da a los españoles que triunfe Rubalcaba en vez de Chacón? ¿Cuáles son sus ideas? A estas alturas, de nada sirve que unos se identifiquen como federalistas simétricos y los otros como asimétricos. Me da la impresión de que ni siquiera saben de lo que están hablando. Si no sirven, habría que pedirles que se retiraran a tiempo porque España necesita todavía al PSOE.

jueves, 4 de octubre de 2012

Pura patología (y II)

Los juristas medievales decían que la verdad convertía lo blanco en negro y lo cuadrado en redondo. Y si la verdad puede hacer eso, ¿de qué será capaz la propaganda? Las personas que deliran transforman la realidad, de tal manera que un loco desatado no sólo se verá en posesión íntegra de sus facultades, se convencerá de que trata con orates cuando se relaciona con las personas más sensatas y respetables. Si un chalado interno en un centro sanitario llegara al convencimiento de que es Napoleón Bonaparte, no ha sido infrecuente, creerá que su compañero de sala es el general Murat, por más alejado que el hombre se encuentre de cualquier virtud militar. 

No hace falta estar loco, todos recreamos el mundo exterior aunque no seamos capaces de darnos cuenta. Los independentistas catalanes también, y mucho. Pero existen distintos tipos de delirio: el de la gloria por ejemplo. Tomemos el caso de Oriol Pujol, ¿no pretenderá simplemente superar a su padre? Es muy posible que su posición política venga motivada por el puro y simple deseo de convertirse en Presidente de una República catalana, un inconsciente deseo paterno que no pudo realizar. Y el pobre Maragall, ¿no es sospechoso que se aliase con ERC, un partido alejado de la tradicional política socialista en Cataluña? ¿No lo haría por el deseo puramente personal de alcanzar el poder? Las posiciones políticas de ambos, una ya en el pasado, vendrían motivadas por el delirio efectivamente, por una visión de lo que les rodea falsa pero interesada.

 Hay muchos tipos de delirio, el que se transmite por la educación por ejemplo. Si una Comunidad Autónoma llegara a contar con competencias decisivas en este aspecto, podría incidir de tal manera en el cerebro de los jóvenes que, al final, creyesen que una unión de al menos 500 años pudiese ser calificada de explotación colonial. De nada serviría que la realidad fuese completamente distinta, pues nadie ve otra cosa que la que le han enseñado. Los canarios podrían tener la misma falsa percepción que los catalanes si desde niños les hubiesen transmitido que los guanches pertenecían a una raza vinculada con la Atlántida, y que su posición geográfica les convertía en un país más ligado a América que a España. Por fortuna no ha pasado así. 

No cabe entenderse con quien ve cosas distintas a ti. Nuestros independentistas están convencidos de que España les oprime, es negativa para su progreso y les rechaza cultural y humanamente. Nosotros creemos lo contrario. Pero lo cierto es que nos llevan al abismo cuando estamos en una crisis próxima a la de 1898. No está bonito. Es cierto que la historia de la humanidad sólo puede explicarse mediante la locura, basta con contemplar el desgraciado siglo XX en el que han proliferado todo tipo de enajenados: estalinistas, fascistas, franquistas, estos últimos más catetos que locos, etc. Al lado de todos ellos, los internos en manicomios podían considerarse seres de lo más cartesiano. Son los primeros los capaces de tocar el tambor. 

En el caso catalán, la locura es bien triste, en primer lugar porque millones de castellanos y andaluces nos sentimos especialmente ligados a ellos. Pero además porque si quieren desvincularse hay un manera bien sencilla y sin traumas: participar en el esfuerzo de profundización europeo, pues una Europa unida llevaría a la desaparición paulatina de los antiguos Estados nacionales. De forma pacífica conseguirían su objetivo. Pero a los locos les gusta el escándalo, el enfrentamiento y, sobre todo, sentirse víctimas porque da muchas ventajas psicológicas.