sábado, 18 de agosto de 2012

Como un Dios inmortal

Para los darwinistas sociales las leyes de la evolución nos llevarían al dominio de los más fuertes, los más preparados, física o intelectualmente, para enfrentarse a las complicaciones de la existencia. Una posición que favorecía singularmente a los partidarios del capitalismo primario, de hecho fue acogida con regocijo en los Estados Unidos por los privilegiados del sistema. Se trataba de una lógica perfectamente puritana, los que triunfaban estaban predestinados desde el principio. ¿No será todo lo contrario? ¿No se dirigirá la humanidad hacia una mediocre uniformidad, en la que la personalidad individual dejará de contar? A lo mejor la originalidad constituye un obstáculo para adaptarse a un universo cambiante. 

La verdad es que el culto al hombre es reciente, nace con el Renacimiento cuando el gran arquitecto León Battista Alberti le dedica una loa apasionada: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Es posible que en un determinado momento histórico la ciega naturaleza hubiese necesitado potenciar la conciencia de la propia individualidad, hasta el punto de que la soberbia sirviese a sus reglas. No sería extraño que Miguel de Mañara quisiera enterrarse bajo una pesada losa con la inscripción “aquí yace el mayor pecador del mundo”, ¡no uno cualquiera por Dios, el mayor! 

En estos últimos siglos, las leyes del capitalismo, esencialmente competitivas, han fomentado la búsqueda de la perfección individual. Como diría Rousseau, "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". Stuart Mill lo señaló con claridad: “Es cierto que las personas de genio son, y probablemente lo serán, una pequeña minoría; pero para tenerlas es necesario preservar el suelo en que crecen. Los genios sólo pueden respirar libremente en una atmósfera de libertad". Sin embargo, la cultura dominante no exigía la excelencia, lo determinante era que cada uno siguiese su destino, pues lo tenía y era único. 

Actualmente, la diferencia es peligrosa. Las leyes de la evolución parecen haber encontrado un instrumento singular de igualación en las redes de comunicación. La libertad de información fue una consecuencia de la lucha contra la tiranía del antiguo régimen, con ella podría conseguirse un auténtico mercado de las ideas. Ahora parece haberse convertido en el medio ideal para el objetivo de que nadie sea más que nadie. Todos somos pecadores, sobresalir es indecente.

sábado, 4 de agosto de 2012

Un mundo de lobos

Érase una vez un país sumido en una crisis económica como nunca antes se había visto, a punto de perder importantes parcelas de soberanía, y con un notable deterioro de su prestigio internacional. Su clase dirigente, en vez de aunar esfuerzos, se dedicaba al deporte de ponerse zancadillas los unos a los otros, hundir al contrario y dedicar todas sus energías a recuperar, o mantener, el poder. No se daban cuenta que, de hecho, habían dejado de representar al pueblo y se movían por viles consideraciones de interés estrictamente personal. Para colmo carecían de altura intelectual, en el fondo porque no tenían estilo. Habían vuelto a la fase anterior a la de la firma del “pacto social”. Se habían convertido en lobos sedientos de sangre y con miedo. 

Por su parte, los ciudadanos de ese país habían dejado de analizar sus problemas en términos intelectuales o ideológicos. Se habían transformado en seres morbosos dedicados a la búsqueda de sensaciones fuertes, que sólo parecían encontrar en la lectura de truculentos escándalos proporcionados por unas redes de comunicación para quienes la dignidad del ser individual había dejado de tener ningún tipo de valor. Cuanto más daño se hiciese, más posibilidades de difusión tendría cualquier noticia. También ellos se habían transformado en lobos, pero tan cobardes que sólo se alimentaban de carroña. El rigor, la seriedad y el simple respeto humano habían desaparecido para no volver. 

Se trataba de un país que había destrozado todas sus instituciones: en el Parlamento ya no contendían ideas sino insultos. Además, sus miembros tenían tan poca consideración sobre su propio valor que habían accedido a las reivindicaciones más demagógicas de las masas: tenían los sueldos más bajos de Europa, se sometían a los dictados de los medios de comunicación sin la menor capacidad de análisis crítico, y aceptaban las mayores insidias contra ellos sin ninguna posibilidad de reacción. Los tribunales, por miedo, se mantenían al margen con lo que el honor había desaparecido de la política. En consecuencia, nadie de valía se arriesgaba a intervenir en ella. 

Es un país poseedor de una de las civilizaciones más interesantes de la historia, con una lengua universal y unas personalidades únicas desde Cervantes a Goya: se llama España Desde hace cuatro generaciones, los miembros de mi familia se consideraron, ya fueran gilroblistas, republicanos, comunistas o falangistas, que de todo hubo, profundamente patriotas. Cuando llegó mi turno pertenecí al PCE hasta los 25 años. Desde entonces, aunque convertido en escéptico, me he sentido tan español como lo fueron mis bisabuelos. Ahora, experimento vergüenza, rabia y, sobre todo, pena.