miércoles, 25 de julio de 2012

Reflexiones estivales para no publicar I

Los hombres y sus instituciones están sujetos a cambio, nacen y mueren. Al menos desde Maquiavelo, el pensamiento europeo ha aceptado que las formas de gobierno no son perennes, no hay nada eterno. A veces, sin embargo, puede sorprender la rapidez de los cambios. Paradójicamente, en pleno siglo XX, tan pronto como las Asambleas Legislativas consiguen representar al pueblo en su conjunto surgen serias dudas sobre la eficacia de su funcionamiento. Para empezar, el fenómeno totalitario de los años treinta puso de manifiesto cuestiones que ya habían sido señaladas por Burke: "Se dice que veinticuatro millones de personas deberían prevalecer sobre doscientas mil. Esto sería cierto si la constitución de un reino fuera un problema de aritmética [...]La tiranía de la mayoría no es sino una tiranía multiplicadora".

  Era una crítica inteligente pues ponía de relieve el problema real: se pretendía dejar la sociedad en manos de los hombres. Y como nadie podía ser más que nadie, una vez que las explicaciones metafísicas habían sido desterradas del juego político, ello iba a implicar que todos los ciudadanos de un país serían los que determinasen el futuro del mismo. El peligro, entonces, sería que la inmensa mayoría se comportase a la manera de un tirano, pues la tiranía de millones personas es mucho más efectiva que la de uno solo. Los individuos más radicales, o sencillamente los mejor organizados, poseen los medios necesarios para seducir a las multitudes empleando el miedo, la demagogia o la capacidad de manipulación. Y la mayoría así conseguida puede hacer moral lo que es inmoral y convertir lo justo en injusto, pues sería absurdo pensar que el contenido de verdad de una proposición depende del número de personas que la pudieran aceptar. 

 La accidentada historia de nuestro siglo ha determinado que el pueblo haya dejado de ser, en sí mismo, una garantía. Todo lo contrario, su voluntad puede conducir también a la injusticia y la sinrazón. Incluso, y es lo que pasa hoy, a la vulgaridad y a la estupidez. Las personalidades brillantes se alejan de lo público, ha dejado de merecer la pena. Las masas no utilizan el análisis reflexivo, ni la inteligencia, tampoco le interesan los pensadores ni las dudas. Se comportan como niños mal criados, convencidos que tienen derecho a todo sin ninguna responsabilidad. Además, rechazan cualquier factor de diferencia, por tanto sus dirigentes serán exactamente como ellos: ingenuos, a veces sinvergonzones, envidiosos y poco cultos. Berlusconi es el mejor ejemplo de nuestro mundo, ¡qué diferencia con Berlinguer o Pertini!

 ¿Significa esto que la democracia ya no sirve? No lo creo, el problema reside en que el pueblo se ha convertido en populacho que sólo reivindica sus deseos más inmediatos y primarios. La reflexión ha sido eliminada. Lenin se hubiera escandalizado, hablaría de alienación. Es cierto que contra las corrientes subterráneas de la historia nada cabe hacer. Sin embargo, los momentos históricos en que las verdades tenidas por inmutables se resquebrajan animan a pensar. Aunque no sirva para nada, siempre es bueno, al menos nos mantiene la ilusión de vivir.

sábado, 21 de julio de 2012

Cuestión de estilo

Pierre Bérégovoy, primer ministro francés, se suicidó en 1993 empleando la pistola de un guardaespaldas, como consecuencia de un escándalo financiero: se le acusaba de haber recibido un préstamo sin interés de un empresario, luego envuelto en problemas judiciales. Bérégovoy era de origen obrero, y toda su vida había constituido un modelo de militante honesto y bondadoso. Además carecía de bienes, y no pudo aportarse prueba alguna de conducta criminal. Su único patrimonio lo constituía la opinión de los otros, no pudo resistir el infierno de la duda y prefirió morir. Era un hombre de los de antes: para él la vida no merecía la pena sin honor.

Vino entonces la hora de los arrepentimientos, y se denunció la actitud de muchos políticos, también periodistas, acostumbrados a medir su éxito por el número de carreras personales capaces de arruinar. Actualmente, las cosas han cambiado tanto que la buena fama ha dejado de cotizar en el mercado. Como los individuos de mérito se refugian en la vida privada, evitando el riesgo de la exposición a los demás, sólo quedan a merced de la crítica las personalidades duras, que están en condiciones de aguantar cualquier cosa. En el siglo XIX, la gente era capaz de dar la vida por una buena frase, incluso por una afortunada exclamación, desde el simple “merde” de los arrojados militares franceses hasta pomposos discursos sobre la patria y la libertad acallados por las balas de los fusileros.

¿Qué es la dignidad? le preguntó Rubachov a un viejo oficial zarista. Y la respuesta: algo que la gente como tú no es capaza de comprender. Hoy día, la inmensa mayoría de los que nos rodean no tiene la menor idea de lo que pueda ser.  Tampoco sabe nada sobre la buena fama o la moral. Vivimos en una civilización relativista para la que no existen conceptos transcendentes, lo único que importa es sobrevivir aunque sea a costa de los demás. Por eso, es posible desarrollar las campañas más sucias contra una persona aun cuando partan de pruebas dudosas o totalmente inexistentes. Si Dios no existe, y tampoco otros valores que los puramente individuales, ¿sobre qué base se juzgará nuestra conducta? En la práctica, sobre el puro y simple provecho personal.

No es nada extraño que nuestros actores sociales se insulten los unos a los otros como vulgares verduleros, verduleras también. Como además la vía judicial carece de posibilidades de ser utilizada con eficacia, todo el mundo se sabe impune. En una sociedad sana, sin embargo, caracteres así quedarían desprestigiados para siempre. En España, no. Todo lo contrario, serán ensalzados por su rapidez de reflejos y capacidad incisiva. La verdad es que son malvados.

sábado, 7 de julio de 2012

La existencia del Jeque

El pobre Descartes inauguró la modernidad con su célebre “pienso luego existo”. Pero, ¿quién piensa? Nuestro cerebro es esencialmente químico, y tan ello es así que basta con tomar una pastilla de trankimazin, o cualquier otro psicotrópico, para analizar las cosas en forma completamente distinta: un depresivo en tratamiento continuado puede transformar su propia capacidad de percepción, y convertirse en un ser tranquilo cuando estaba torturado, u optimista cuando era incapaz de salir del más negro de los abismos. Nuestros genes nos programan, y vemos solamente lo que nos dejan ver. ¿Quién nos puede asegurar que existe una realidad, o que ésta es tal como creemos contemplarla?

¿Tiene existencia el mundo exterior? ¿La tienen nuestros amigos o nuestras amantes? Segismundo decía que “la vida es una ficción, una sombra, una ilusión”, y tenía razón. En el “show de Truman”, de Peter Weir, su protagonista cree desarrollar una vida normal cuando está inmerso en una serie televisiva dedicada a observar su personaje desde el nacimiento hasta la muerte: relaciones amorosas, trabajo y contratiempos son provocados por el realizador al objeto de aumentar los índices de audiencia. ¿Formamos parte también nosotros de un Gran Hermano colectivo? No tenemos manera de comprobarlo, aunque a veces lo parece.

Si así fuere, en España al menos, el guionista del espectáculo posee singulares cualidades para el humor. Lo que ha ocurrido en Barcelona con unos sinvergüenzas acompañados de un pretendido jeque qatarí, en realidad un camarero brasileño, reuniéndose con distintos presidentes de club de fútbol con el objetivo de engañarse los unos a los otros, supera a la mejor de las películas de Buster Keaton. ¿Y qué decir de las últimas fotos de los miembros del Poder Judicial con su nuevo mandamás al frente? Han hecho el mayor de los ridículos, se han denunciado los unos a los otros sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, con un grado de crueldad impropio de seres con un mínimo de piedad; algunos de ellos, además, olvidan sus propios gastos en distintos viajes de carácter cultural cuando, de nos ser miembros del Consejo, nadie los hubiera invitado ni a Alcorcón de los Ciruelos pues, al menos en una importante minoría, no han escrito ni un solo artículo doctrinal digno de ese nombre. No obstante, posan ante las cámaras muy contentos.

Al mismo tiempo, Zapatero es fotografiado con el cardenal Cañizares para desarrollar un debate intelectual. ¿De qué hablará? Nuestros políticos se han convertido progresivamente en cómicos, y no parecen ser conscientes de ello. Sin embargo…¿No será que mi propia estructura cerebral me está engañando? A lo mejor el tonto soy yo.