sábado, 26 de mayo de 2012

Ya no hay democracia

Todos los sistemas, por muertos que estén, mantienen su organización jurídica, sus ritos y símbolos mucho tiempo después de haberse extinguido. Así, cuando Luis XVI fue llevado a la guillotina, la monarquía absoluta francesa hacía años, antes incluso de la Revolución, que había dejado de existir. Lo mismo ocurre ahora. ¿Creen ustedes que en España pervive el Estado de Derecho? En absoluto, los partidos no expresan el pluralismo y se han convertido en organizaciones de intereses, basadas en la profesionalidad de sus miembros, que utilizan, es posible que inconscientemente, la coartada ideológica para subsistir. El poder ya no es un instrumento de lucha política sino un medio para la renovación o el mantenimiento de las “castas” que se valen del sistema electoral para justificar su legitimidad. 

¿Y el Legislativo? En su momento, Blackstone declaró con solemnidad que su poder es absoluto y sin control: “En verdad, lo que hace el Parlamento ninguna autoridad sobre la tierra puede deshacerlo”. El pobre no tenía la menor idea de su futuro. No solamente está perdiendo progresivamente parcelas de soberanía, que era lo que le dotaba de independencia. La razón y la sabiduría que estaban en él representadas han sido sustituidas por la disciplina tiránica de los grupos. Los mejores de todas las clases sociales que, mediante la palabra, expresaban la final voluntad popular ya no están allí, entre otras razones, porque esas mismas clases han desaparecido, sólo cuentan las masas. El debate, al menos el ideológico, ha muerto también. 

Por su parte, la jurisdicción penal, que constituía la última ratio del Estado, ha perdido su independencia. Las exigencias de publicidad, necesarias para asegurar la transparencia del poder, han llevado progresivamente a que los medios de comunicación ejerzan una influencia de tal índole que al final el resultado de los juicios estará subordinado al veredicto de la prensa. El proceso se convierte en un espectáculo en el que todo dependerá no del rigor, el resultado de las pruebas o la formación de los jueces sino de la fuerza de los estados de opinión y de su capacidad de demagogia. 

Las construcciones de los hombres mueren, es su sino y todos los seres maduros son conscientes de ello. Cuenta Lamartine que Luis XVI intentó dirigirse a la multitud inmediatamente antes de arrodillarse ante la cuchilla. Los tambores lo impidieron, ya era demasiado tarde para hacerse oír. Un nuevo mundo nació entonces basado en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, la belleza también. Dos siglos después, las instituciones en que se expresaron están en peligro. La historia funciona como una cruel guillotina que no se detiene ante nada, y cuando nos toque a nosotros no se parará.

sábado, 12 de mayo de 2012

Un príncipe tiránico. Diario El Mundo

El pensamiento de Ortega es elitista pero eso no puede servir para desecharlo sin más. Hoy día, más que nunca, siguen teniendo vigencia sus consideraciones sobre una multitud que, “sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad. Como se dice en Norteamérica, ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Si le reconocemos legitimidad para imponer sus criterios, más pronto que tarde, desaparecerán los seres independientes, es decir, los que son capaces de formar su pensamiento al margen de lo que decidan los demás. Es muy posible que las corrientes subterráneas de la historia, si es que existen, nos estén llevando hacia una revolución química y biológica en la que se redefinan conceptos, tenidos por esenciales, como el de la libertad. A lo mejor es mucho más eficiente un cerebro colectivo que el defectuoso y débil individuo que ha existido hasta hoy. 

 Si así fuere, a los seres a punto de la extinción, a la manera de achacosos neandertales, nos quedaría el recurso de alzar la voz. La revolución en las comunicaciones está imposibilitando una defensa adecuada, al menos en el tiempo, de nuestros derechos a la salvaguarda de la intimidad y el honor, que son los que definen la individualidad. La “red” es tan veloz que la protección diseñada por un ordenamiento jurídico que nace con la codificación y las revoluciones burguesas en el siglo XIX se ha quedado vieja. Y si las acciones procesales en restablecimiento de nuestro derecho han perdido su eficacia, a medio plazo no habrá nada que hacer: tendremos que convivir con el mal gusto y la envidia en nuestra vida diaria, que pretenden uniformarnos en la mediocridad. 

En nuestro inconsciente, están profundamente enraizados la alegría por el mal ajeno, el sadismo y la morbosa curiosidad por los secretos de los demás. La red permite satisfacer todo esto con eficacia y sin riesgos, pues el anonimato tiene una fuerte posibilidad de mantenerse. Un nuevo totalitarismo está triunfando, quizá el más peligroso de todos, porque técnicamente no lo es, al menos desde la ciencia política clásica; es divertido, y está basado en el bienestar y la capacidad económica. Es una dictadura que no envía a la cárcel al disidente, todo lo contrario su objetivo final sería conseguir tratarlo como un enfermo al que habría que atender con comprensión para recuperarlo. 

La personalidad individual es impotente ante una civilización de la mayoría mediocre e inculta, que se complace en la eliminación de la originalidad con el cínico pretexto de la libertad. Como diría Burke, la tiranía de la inmensa mayoría no es más que una tiranía multiplicadora. Cuando todo el mundo piensa igual, distinguirse es peligroso.