sábado, 28 de abril de 2012

¿Quién es Juan Carlos I?

Si un extranjero, no demasiado culto, preguntase quién es Juan Carlos I, se le podría contestar que es el representante de una dinastía cuyos miembros, salvo el dudoso caso de Carlos III, no han destacado, al menos en España, ni por su sabiduría ni por su carácter democrático. Fernando VII constituye el mejor ejemplo de un déspota cruel capaz de plegarse a un invasor para luego jurar una constitución que no tenía ninguna intención de cumplir. El recuerdo de todos ellos va unido al de la decadencia, no es su culpa, pero la verdad es que cabría haberles pedido ciertas dosis de grandeza, que no consiguieron manifestar. Sería una mezquindad  responsabilizar de eso a nuestro rey, pero en el análisis histórico es un dato que permanecerá.

En lo que a él respecta, puede pensarse que, junto a D. Juan, protagonizó una especie de doble juego entre Franco y la oposición con el único objetivo de alcanzar el poder. Y si fuera verdad que tuvo que decidirse entre su padre y el dictador, no parece que merezca un juicio muy favorable quien elige la segunda opción. Por otra parte, si el estilo es el hombre, ¿cómo juzgar a una persona que acepta el proceso de Burgos, las condenas de 1975, o la represión de miles de estudiantes y obreros demócratas sin un gesto de protesta? Considerar que lo importante era la Corona no dice mucho sobre su decencia y responsabilidad. Nicolás Salmerón renunció a la presidencia de la primera república, como todo el mundo sabe, para no verse obligado a firmar unas penas de muerte.

Pienso que todo esto es verdad, pero también lo es que sin él no hubiera sido posible la democracia en España, que su rostro derrocha bondad y que el golpe del 23 de febrero no hubiera sido desarticulado sin su intervención. Sus características personales conectan demasiado bien con las del pueblo español, que parece preferir sistemáticamente la gracia y la campechanía a la cultura o la inteligencia. España es un país duro, en el que la política se suele deslizar por los caminos del odio, la intolerancia y la mala fe. Nada de esto puede predicarse de Juan Carlos, lo que ya es bastante. Además, hemos contado con la ventaja de una reina que parece haber operado sabiamente como elemento de control y estabilidad.

Por otra parte, estamos a punto de ser intervenidos económicamente, el País Vasco y Cataluña, más pronto que tarde, nos plantearán un referéndum de autodeterminación, y para colmo en cualquier momento Marruecos nos puede suscitar un incidente internacional en relación con Melilla.  Lo que se nos viene encima es de tal gravedad que parece suicida enfrentarnos con un problema de abdicación. En el futuro ya vendrá la República, ahora mejor no.

sábado, 14 de abril de 2012

Ingenuo Saint-Just

En las “danzas macabras”, que se convierten en uno de los temas artísticos más interesantes de la Edad Media, aunque sólo fuese por la realidad psicológica que expresan, la muerte sacaba a bailar a todos los personajes de la escala social. Su finalidad era moral, recordaban el fin de todas las ilusiones temporales: la belleza, la distinción, la sabiduría y el poder, no digamos la vanidad y la soberbia, terminaban en la pura y simple descomposición física. La vida era tan fugaz que en cualquier momento te podían invitar a danzar, sin que pudieras negarte. Mejor era no aspirar a nada, dedicándose a la oración y a prepararse para el buen morir, pues la vida inspira miedo. Con motivo de la epidemia de peste que azotó Londres en el año 1665, Daniel Defoe publicó un impactante Diario de la misma que todo el mundo debería leer.

Con la Ilustración todo cambió, y Saint-Just, de manera bien altanera, escribio que “la conquista de la felicidad era una idea nueva en Europa”. Los constituyentes franceses en distintos textos normativos proclamaron en forma solemnne que los hombres tienen unos derechos sagrados e inalienables cuales son vida, libertad y felicidad ¡Qué estupidez! No existen otros derechos que los que el sistema normativo esté en condiciones de ofrecer. ¿Y cómo se puede garantizar algo que depende del azar, de los accidentes de la naturaleza o de la pura y simple reserva de serotonina personal? Si nos lo creemos, y la gente termina por creerse cualquier cosa, generaciones de frustrados estarán buscando culpables de su desgracia por todas partes.

La felicidad ha llegado a constituir tal obsesión que internamos a nuestros abuelos en residencias, a los enfermos en hospitales alejados del centro, y a los muertos los llevamos a tanatorios para después incineralos como un mal sueño que hubo que pasar. Además, como niños mal criados, exigimos de los poderes públicos los más diversos regalitos, a todo creemos tener derecho sin ninguna responsabilidad. Y no nos damos cuenta que, como decía un relato medieval, en los cementerios los muertos les siguen gritando a los vivos: “Lo que sois lo fuimos nosotros, lo que somos ahora también vosotros lo llegaréis a ser”.

Es verdad, la ciencia y la cirugía cerebral están desarrollando tal tipo de avances que es posible que, en pocas generaciones, nos proporcionen al nacer la dosis de serotonina necesaria para superar cualquier adversidad. Y si falla, la intervención hospitaria podrá reparar cualquier accidente Entonces, el proceso evolutivo habrá dado lugar a una nueve especie, que ya no llorará y habrá superado el terror y la angustia personal. Pero no podrá hablarse de hombres sino de otra cosa, de hecho Francis Fukuyama ha pronosticado que la próxima revolución será biológica y química. Dios no pudo haber creado esto salvo que, como decían los ilustrados, se tratase de un perfecto y frío relojero. Perderemos a los poétas, suelen estar simpre tristes. ¿Será posible vivir sin Keats, Lord Byon o el mismo Becquer?