sábado, 30 de julio de 2011

El conferenciante pelmazo

Hace algunos años, decidí asistir a una conferencia de un profesor anglosajón, eminente especialista en Lerroux y el Partido Radical. A la hora señalada en la puerta del salón no estábamos más que el conferenciante y yo, un cuarto de hora después se unió nervioso el presentador, pero nadie más. Como es natural, hubo que suspenderla a pesar del viaje y los consiguientes honorarios que, supongo, debieron pagarse. Más sonrojo experimenté en un acto organizado por una universidad, bajo el título “El exilio en México”, en el que tenía que hablar un muy anciano superviviente al que se le había hecho venir desde el otro lado del Atlántico. Llegué tarde, y en una enorme sala sólo se encontraba en primera fila una señora, que resultó ser su esposa. Ello no obstante, con una moral a toda prueba, el respetable exilado pronunció su conferencia, algo pesada todo hay que decirlo, hasta el final.

No es difícil concluir que las conferencias están a punto de desaparecer. En mi opinión, sólo hay tres maneras de celebrarlas con éxito: ofrecer una copa bien servida al final, en cuyo caso el acto tendrá una asistencia considerable, y de los canapés no quedará ni el rastro; entregar un título de cualquier clase que sirva para obtener lo que en la Universidad llaman “créditos”, también se llenará; o finalmente convertir la conferencia en un espectáculo, invitando por ejemplo a Mourinho. Si se decidiese a aceptar, y con independencia de su mayor o menor tono circense, habrá gente capaz de ir a la reventa para asegurarse una entrada.

Todo tiene explicación: la sociedad de masas reniega de la comunicación cultural vertical, nadie acepta la figura del “sabio”, pues todos creen serlo. En el fondo, consideran una insolencia la pretensión de dirigirse hacia los demás desde la superioridad intelectual. La transmisión de conocimientos se produce ya en forma exclusivamente horizontal: todos quieren participar en ella, y han encontrado el instrumento idóneo en los foros de Internet. Lo mismo ocurre con la prensa: el periodismo de papel corre el riesgo de desaparecer y no puede sustituirse por el digital, por muy cómodo que nos lo quieran plantear, por la elemental razón de que la lectura de un editorial requiere una posición reflexiva que sólo puede darse recostado en un sillón.

Desde un punto de vista periodístico la “red” sólo sirve para proporcionar titulares y críticas injuriosas, precisamente aquello en lo que todos pueden intervenir. Cuando acaben con los libros, y todo se andará, nuestra sociedad será cada vez más necia y manipulable.

sábado, 16 de julio de 2011

Justicia sospechosa

El Consistorio de Ginebra, en 1550, implantó una “dictadura de la virtud” utilizando una política de terror contra sus ciudadanos. Calvino había decidido redefinir la esfera de la vida privada, de tal manera que hasta lo más íntimo, incluso la sexualidad y el amor, pudiera ser sometido a estricta inspección. Todo podía ser pecado y objeto de implacable represión. Pretendía traer el reino de los justos a la tierra; lo que implicaba la muerte o el destierro para los blasfemos y herejes, pues la misericoria ofendería a Dios. La verdad es que muchos de sus contemporáneos pensaron que se trataba de un ser soberbio, lleno de vanidad y deseos de poder. No actuaba por justicia sino por pura y simple venganza.

Muchos ingenuos pensarán que eso es cosa del pasado, consecuencia del fanatismo de las “guerras de religión”. No es cierto, aunque de una manera mucho más sutil y sin hogueras, el aparato represivo estatal, singularmente la policía y el Ministerio Fiscal, también muchos jueces al desarrollar labores de “instrucción”, ha abandonado las exigencias de la tutela judicial, para dejarse seducir por deseos de protagonismo, espíritu inquisitorial, o las exigencias halagadoras de unos medios de comunicación interesados en satisfacer el morbo de las masas, que siempre proporcionan dividendos. Ya nadie puede estar seguro. Cuanto más famoso seas, más probablemente serás objeto de persecución sin base suficiente, y sometido al tratamiento cruel de una opinión pública que en el fondo, al menos en los Estados Unidos, se sigue pareciendo a la que condenó a las Brujas de Salem.

La Justicia se está convirtiendo en un espectáculo circense, todos podemos ser culpables. La inmensa mayoría de nuestros actos, hasta los más insignificantes, son equívocos, pueden ser interpretados de muy diversa manera. Una de las mayores conquistas del Derecho Penal, desde los tiempos de Beccaria, fue esperar a que lo equívoco se convirtiese en inequívoco antes de poder proceder contra una persona. Hoy día, en cambio, basta con observar cómo un deportista entrega un medicamento a otro para deducir que le ha ayudado a doparse. Los medios de comunicación actúan en base a simples sospechas, y lo grave es que los tribunales, a veces por simple vanidad o deseos de ser enaltecidos como celosos justicieros, les siguen por ese camino.

Presumimos de haber eliminado la Inquisición, y gozar de garantías propias de un moderno Estado de Derecho. Es falso de toda falsedad, Torquemada sigue actuando aunque de una manera mucho más inteligente que cuando se dirigía contra los conversos. Su crueldad está intacta, pero se disfraza ahora de moderno. Ya no sirve a Dios ni a la Justicia, sólo a su propio exhibicionismo personal.





sábado, 2 de julio de 2011

Nos representan demasiado

La única idea original del movimiento de Los Indignados es la que se refleja en su eslogan No nos representan. Pero si los elegidos a través de las urnas han dejado de identificarse con el pueblo, entonces, ¿quiénes? No existe sistema alguno, distinto al democrático, que permita hacer efectiva la necesidad de “hacer presentes a los que no lo están”, objetivo último de toda representación, pues sería absurdo reverdecer el viejo anarquismo español y resucitar a Durruti. En el fondo, nuestros nuevos revolucionarios no hacen más que dar la razón a Alexis de Tocqueville cuando decía que, en los siglos presididos por la reivindicación de la igualdad, hasta los ínfimos privilegios, incluso los de la inteligencia, chocan a la razón.

La misma pretensión de que alguien pueda atribuirse un mandato, que lo distinga sobre los demás es inconscientemente rechazada. Nadie es más que nadie. En todo esto hay una enorme paradoja pues ha sido la propia sociedad de masas la que ha convertido a los políticos, particularmente los españoles, en seres tan insulsos como el resto de los ciudadanos. Gregorio Marañón, Ortega y Gasset o Sánchez Román, políticos burgueses de la II República, no pueden darse ya hoy. Tampoco dirigentes proletarios como Dolores Ibárruri o José Díaz cuya capacidad de agitación los colocaba muy por encima de los trabajadores de la época. Eran distintos, y, sin embargo, nunca el entusiamo de los suyos fue más manifiesto.

Se dice, y puede que sea verdad, que los actuales políticos españoles son singularmente mediocres. Nunca más que la inmensa mayoría de los ciudadanos, que ahora se rebelan por su falta de preparación. También se denuncian sus privilegios. ¿Cuáles? Las llamadas prerrogativas son ya prácticamente inexistentes, sus sueldos están entre los más bajos de Europa y, lo más grave, se han visto privados de sus derechos al honor y a la intimidad, que los tribunales de justicia han decidido desconocer. En estas condiciones, ¿qué profesional de prestigio decidirá dedicarse a la política? Ninguno. Basta con una lectura de las agendas parlamentarias para comprobar que el origen profesional de los miembros de las asambleas se encuentra muy lejos de la excelencia. Ya no constituye ningún timbre de gloria obtener un escaño, todo lo contrario, pero eso es lo que nuestra sociedad ha querido elección tras elección.

Es mentira que los políticos no nos representen. Son iguales que nosotros, con las mismas virtudes, defectos, incultura y falta de sensibilidad. Es cierto que nuestro sistema político está obsoleto, incluso muerto, pero, en cuanto al concepto de representación, será mejor que lo dejen en paz. En España se ha realizado a la perfección.