sábado, 18 de junio de 2011

Flecha en el tiempo

Se ha dicho que los occidentales nos hemos acostumbrado a vivir con la sensación de que el tiempo va a alguna parte. ¿Y si no fuera a ninguna? La idea del progreso no constituye más que el reflejo creado por los científicos racionalistas de la Ilustración del concepto judeo cristiano de la redención. Todo tendría un final consolador: el destino sería siempre positivo, pues la tranformación de la naturaleza nos garantizaría la inmortalidad, que no es cosa distinta a la felicidad. Paradójicamente, el marxismo constituyó la exposición más lograda de una doctrina que tenía un origen religioso, y que ha dado sentido a nuestra vida en los últimos siglos.

El tiempo funcionaría como una flecha, que avanza en dirección conocida, por oposición a la visión cíclica o circular de las culturas paganas según las cuales la vida carecería de historia lineal, pues estaríamos condenados a repetir una y otra vez los mismos sucesos. Observemos la propia idea del individuo: al revés de lo que especulan los antropólogos, ha triunfado desde que se aceptó que gozaba de una existencia independiente frente a la colectividad. El hombre sólo empezó a serlo cuando pudo formar sus convicciones con independencia de la autoridad temporal o religiosa. Todavía, en algunos países africanos, el alma de la tribu sigue condicionando el comportamiento de cada uno de sus miembros.

En Europa la revolución individual tuvo lugar cuando se impuso la idea de tolerancia, se garantizó la propiedad privada, que permitía gozar de un espacio inmune al control de los demás, y los libros contribuyeron al surgimiento de unas clases ilustradas que hicieron de la originalidad el objetivo último de su existencia. Sin embargo, sólo partiendo de la idea del eterno retorno puede comprenderse lo que ocurre en la actualidad: bajo una aparente profundización en la autodeterminación personal, la aldea global nos impone la uniformidad. Si el destino de la humanidad fuese convertirse, como se ha dicho, en una eficiente máquina, no podría haber nada más racional que la supresión de la diferencia. Las libertades burguesas podrían haber constituido un importante elemento en la sustitución de una sociedad estancada y sin capacidad para generar riqueza por otra apta para la producción de bienes y servicios ilimitadamente, transformando el universo.

La exaltación del individualismo habría sido necesaria en ese momento de transición desde un punto de vista estrictamente objetivo, pues la capacidad de sufrimiento del hombre le impelía a rebelarse, protestar, y crear una comunidad que funcionase sin ataduras. Pero, conseguido el progreso, ¿para qué la libertad? Seres iguales, pulcros y correctos, algo bobos también todo hay que decirlo, se adueñan del mundo. El disentimiento será inútil y peligroso.

martes, 7 de junio de 2011

La pérdida de España

La historia de España es mágica, y lo refleja perfectamente el descubrimiento de América, que va a suponer la entrada de lo extraordinario y de la aventura en la vida de los hombres. Todo es posible: encontrar el país de El Dorado, observar a los demonios comerse el corazón de sus víctimas en lo alto de los templos, ríos de oro, amazonas...Un porquero extremeño puede conquistar un imperio, pues quien no quería estar sujeto a la tierra por los siglos de los siglos podía cruzar el océano e intentar la aventura. Bernal Díaz del Castillo refleja perfectamente este sentimiento al narrar las vicisitudes de los nuestros en México: “no eran más de cuatrocientos cincuenta españoles los que entraron en Tenochtitlan, pues no ha habido nadie en el mundo que tal atrevimiento tuviese”.

Hay dos géneros literarios propios de nuestro país: la novela picaresca y las crónicas de Indias. ¿Alguien es consciente, por ejemplo, que el primer ensayo antropológico moderno es el de nuestro paisano Cieza de León cuando redacta la del Perú? Si queremos leer un espléndido relato de aventuras, con base rigurosamente histórica, podemos rescatar el “Naufragios y comentarios” de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca. Y si se trata de acudir a la épica, por qué no repasar las versiones de Bernal y López de Gomara sobre la conquista de México, o La Araucana de Alonso de Ercilla. Lamentablemente, ni se estudian en las escuelas ni prácticamente nadie las ha leído. Y un país que no conoce su historia termina por descomponerse, lo que está sucediendo.

Cuando, hoy domingo, escribo estas líneas no sé qué habrá pasado con Humala. Pero es muy posible que, tarde o temprano, se una a los Chavez, Correa, Evo Morales, y demás líderes indigenistas que ponen claramente en cuestión el papel español en América, y quieren hacer historia contra nosotros sin tener en cuenta que, como ocurrió con los tlaxcaltecas, fuimos sus aliados en las guerras civiles que desgarraban el continente en los tiempos de la conquista. Tampoco que en la independencia estuvieron del lado de la metrópoli contra los criollos. El problema es que en España ni conocemos lo que allí está pasando ni nuestra clase política tiene la suficiente inteligencia como aprovechar los factores que todavía cabe utilizar.

Las últimas legislaturas pueden haber sido lamentables, pero lo que considero indignante es que la élite dirigente, si es que cabe llamarla así, haya carecido de política sobre nuestros intereses en América. Los Zapatero, Leire Pajín, Bibiana y demás compañeros, incluyo también desde luego a Alicia Sánchez Camacho y otros de su estilo, no tienen idea de lo que nos jugamos. A este paso, no es que se separen Euskadi y Cataluña, perfectamente puede ocurrir, nos quedaremos también sin mitos e historia. Y si los perdemos, ¡pobre España!