martes, 31 de mayo de 2011

Solaris y Bildu

“Solaris” de Stanislaw Lem constituye uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos, convirtiéndose en una de las llamadas “novelas de culto”. Una civilización terráquea, a la búsqueda de vida extraterrestre, localiza un planeta que, por sus interesantes características, es objeto de observación durante siglos. Allí existe una mente poderosísima, una especie de “Dios imperfecto” lo califican, capaz de corregir su propia órbita, e influir sobre nuestros astronautas, pero no existen seres diferenciados con los que poder establecer una comunicación. Lamentablemente, los españoles de hoy nos encontramos también ante entes con los que cabe el diálogo.

Bildu no es tan inteligente como Solaris, pero también es capaz de incidir sobre nosotros, y de una manera que puede condicionar el devenir estatal en el curso de varias generaciones. No tenemos punto alguno de contacto: parten de la idea de que no tienen nada que ver con España, pues constituyen un pueblo, por no decir una raza, procedente del Cáucaso que nunca ha sido integrado y que dispone de lengua y cultura propia ajenas al resto del Estado. El terror que han practicado sus amigos no supondría más que una suerte de resistencia análoga a la del maquis francés. Están convencidos de que tienen razón, ¿cómo entonces se puede hablar? Por otra parte, mantener en la clandestinidad a más de trescientas mil personas sería un auténtico absurdo.

Más pronto que tarde nos encontraremos con la exigencia de un referendum de autodeterminación, y si , con la confluencia del PNV y Aralar, los partidarios de la independencia obtienen más del 60% del censo electoral, como perfectamente pueden conseguir, la “mayoría suficiente” que exige la célebre sentencia del Tribunal Supremo del Canadá relativa a la cuestión de Quebec habría sido cumplida. ¿Cómo entonces nos opondríamos? Habría posibilidades desde luego, incluso utilizando los mismos términos de la referida sentencia. El problema es que una clase política como la nuestra que tampoco tiene, ni de lejos, la inteligencia de Solaris no parece capaz de ofrecer la mínima confianza. Últimamente, lo único que parece interesarle es el sexo de los ángeles.

Ortega y Gasset pronosticó que, tarde o temprano, nos quedaríamos reducidos a Castilla. Al menos, fue un poco más optimista que Nostradamus para quien éramos un desgraciado pais que volvería a ser invadido por los árabes, lo que a la vista de cómo están las cosas no parece muy disparatado. Tenemos un problema económico real, pero junto a él las cuestiones catalana y vasca están a punto de estallar, y nadie se atreve a afrontarlas de una vez. Probablemente, porque a nadie le importa ya España. Así nos va a ir.

martes, 24 de mayo de 2011

El sexo de las moscas

Decía Oscar Wilde que “las vidas privadas de hombres y mujeres no deberían estar expuestas al público. El público nada tiene que hacer con las vidas ajenas”. En el mismo sentido, y bien irónicamente, Vicente Verdú denunció hace algunos años que “nunca se ha insistido tanto [como hoy] en escudriñar la vida sexual de los animales, incluidas las moscas”. Es algo enfermizo porque sobre la idea de dignidad personal ha sido contruida nuestra civilización, por el contrario nos complacemos con lo morboso. Y el resultado de este interés no puede ser más nefasto para las diarias víctimas de informaciones torticeras, infames o que recaen sobre extremos que, por su propia naturaleza, no deberían ser tratados. ¿Nos estaremos dirigiendo a un tipo de sociedad que no va a estar basada sobre los individuos?

Hace pocos días, leí una entrevista con un científico chino de fama mundial en la que aseguraba que el mundo se dirigía hacia la creación de un gran cerebro colectivo mediante la conexión de todos los datos informáticos. Las aisladas características personales ya no tendrían ningún valor, ¡qué semejante al Gran Hermano de Orwel! Ser diferente sería inútil más que indecente, por el contrario Rousseau de manera orgullosa había proclamado: "Estoy hecho de modo distinto a cualquier otra persona que yo conozca; diría, incluso, que no hay otro en el mundo como yo. Quizá yo no sea mejor, pero al menos soy diferente". En su opinión, ser hombre significaba ser original, entre otras razones, porque la esencia de todos y cada uno de los seres humanos es su pretensión de ser únicos e irrepetibles.

A lo largo del siglo XX, los totalitarismos europeos pretendieron, ya sea de manera consciente o inconsciente, la eliminación del alma individual, y superficialmente podría decirse que fracasaron pues comunismo y fascismo han dejado de existir. Cabría preguntarse, sin embargo, si las sociedades modernas no estarán asistiendo al mismo proceso bajo la forma de una intensificación de la capacidad de crítica. Las libertades expresivas sirvieron en su momento para el intercambio de experiencia e información, consiguiendo un fantástico desarrollo del mercado. ¿No estarán siendo utilizadas ahora para reafirmar la radical igualdad, en el mal, de cada uno de los individuos?

Todo debe ser sacado a la luz, pues el secreto sería pecaminoso. Los instrumentos de información, que nacieron para la libertad, se están convirtiendo en control policíaco para la uniformidad. ¿Por qué interesan tanto los escándalos protagonizados por personajes de cierto relieve? Porque demuestran que la excelencia no existe, todos seríamos iguales y sucios. Torquemada se reirá desde la tumba, tenía razón.

martes, 17 de mayo de 2011

El Dios español

Siempre es bueno acercarse al Prado, háganlo estos días. La exposición sobre “el joven Ribera” permite contemplar su “Coronación de espinas”, pertenece a la Casa de Alba, no hay nada semejante en la pintura universal. Aunque no bien situado en la sala, contemplen el rostro de Cristo: les está mirando fija y profundamente sin un mínimo de bondad. Parece conocer hasta el último de nuestros pensamientos, y no le merecen piedad. Portadores de la marca del Maligno, hemos nacido con un “pecado original” y nos vigila. Es tan duro que no reúne los caracteres de la humanidad, un ser omnisciente y justiciero que amenaza con lo que sabe. Aparte de la zozobra que provoca, constituye la más perfecta expresión del entendimiento de Dios que hemos tenido los españoles.

La Inquisición no fue un invento nuestro, es cierto, pero arraigó aquí de manera tan perfecta que hubo que esperar a la invasión napoleónica para que fuese suprimida por primera vez. Durante siglos, los españoles hemos sido seres sospechosos en cuanto por naturaleza participamos de la esencia del mal. Sus prácticas no respetaron nunca la intimidad individual porque no la valoraban. No era un producto de Dios, sino del Demonio, y todo el mundo era culpable de tal manera que los procesos podían seguir aun cuando se demostrase la inocencia por una concreta acusación, con toda seguridad sería cierta por otra. Nadie se rebelaba, en el fondo todos sabían que los inquisidores tenían razón.

Los seres que no se respetan agudizan su crueldad con los demás, una de nuestras características más señaladas. ¿Por qué no leen “El holocausto español” de Paul Preston? Es una obra parcial sin duda, pero exhibe hasta el límite la bestialidad de un pueblo pretendidamente civilizado en pleno siglo XX. Es cierto, los franceses se comportaron de la misma manera durante su Revolución, pero con la importante diferencia de que lo hicieron cerca de ciento cincuenta años antes, toda una historia. Aún hoy, la lucha política no se desenvuelve en el terreno de las ideas sino de la delación. Resulta mucho más fácil llevar a la gente a la hoguera que vencerla con argumentos, a lo mejor porque todos son conscientes de que no tienen ninguno.

El arte religioso italiano nos exhibe imágenes bellas, las Vírgenes de Rafael son pura y simplemente hermosas, me atrevería a decir que sensuales. Es lógico, en el Renacimiento el hombre fue concebido con las mismas características de Dios, cuyas obras por esencia debían ser buenas. España es trágica, siempre hemos creído que somos creación del Demonio, y nos despreciamos.

martes, 10 de mayo de 2011

Chantaje al Tribunal

La doctrina jurídica occidental ha establecido que, en materia de imparcialidad, incluso las apariencias tienen importancia: “no basta que los jueces dispensen justicia, es preciso que parezca que lo hagan”, nos dice reiteradamente el Tribunal Europeo de Derechos del Hombre. Es lógico, la convivencia sería imposible si los ciudadanos no confiasen en las instancias encargadas de dirimir los conflictos. Esto que es algo elemental en España hace tiempo que lo ha dejado de ser. Y el problema no es sólo de los magistrados, por desgracia a veces también, sino fundamentalmente de los partidos políticos y los creadores de opinión, que sólo aceptan las sentencias que les convienen y rechazan las que les perjudican. Desde luego, no saben de qué va el “juego limpio”…

Por ejemplo, en los últimos días ha sido objeto de viva polémica la posición de los Tribunales Supremo y Constitucional en relación con las candidaturas electorales de la coalición Bildu. Desde luego, sería síntoma de la enorme madurez de nuestro país que una cuestión jurídica fuese capaz de interesar a las masas. Pero, como aquí nadie tiene la menor idea de nada, la inmensa mayoría de las opiniones se basa en tesis conspirativas o estrictamente políticas que no tienen en cuenta que el Derecho es una ciencia por mucho que, como diría cualquier aprendiz marxista de tres al cuarto, esté condicionada por factores de carácter infraestructural. Además, es imposible de entender de manera matemática, pues las intepretaciones son infinitas siempre que se hagan desde la preparación y la seriedad.

Se olvida que el TC es el jurisdiccional superior en materia de garantías constitucionales. También que una de las claves de nuestro sistema jurídico radica en el derecho de participación consagrado en el artículo 23 de la norma fundamental, que sólo es posible restringir en forma muy ponderada y excepcional. En cualquier caso, el TC podría adoptar motivadamente cualquier solución: es un asunto complejo y discutible. Lo que no es admisible, sin tener la menor idea de derecho, es intentar condicionar su posición por razones situadas en el propio interés partidario como así se ha venido haciendo.

Al Tribunal Constitucional han pertenecido magistrados de la categoría de Díez de Velasco, Tomás y Valiente y Rubio Llorente entre otros muchos. Incluso ahora la talla de la mayoría de sus miembros sigue siendo excepcional. Intentar desprestigiarlos en base a la cateta consideración de que unos son conservadores y otros progresistas es no conocer cómo funciona un tribunal. A este paso, por irresponsabilidad y en poco tiempo, nos quedaremos sin justicia.

martes, 3 de mayo de 2011

Al final de la vida

El coro de “Edipo, Rey”, la tragedia de Sófocles, nos advertía: “Siendo mortal, debes pensar con la consideración puesta siempre en el último día y no juzgar a nadie antes que llegue al final de la vida”. Reflexiono sobre ello cuando pienso en la historia y vicisitudes de tantos compañeros de generación. Enrique Ruano, por ejemplo, si viviera estaría ahora próximo a los sesenta años. Fue miembro del Frente de Liberación Popular, organización juvenil antifranquista caracterizada por la originalidad de sus planteamientos. Era un idealista, que soñaba con un futuro de libertad y progreso por el que se atrevió a militar en la clandestinidad, siendo detenido por la policía política en 1969.

Si hubiera conocido la realidad “democrática” de nuestro país, ¿le hubiera valido la pena luchar? Cuando llevaba tres días en comisaría, le trasladaron a la casa donde vivía y le arrojaron, o se tiró, por la ventana de un séptimo piso. ¿Le asesinaron? Así se ha creído siempre, en cualquier caso la responsabilidad de la policía fue indudable pues estaba en su poder. Los mismos sectores sociológicos que propiciaron su detención pasaron a votar años después, sin muestra alguna de pudor, a partidos de corte reformista y socialdemócrata. Todo cambió para que nada cambiara con una moralidad oportunista singularmente adecuada. ¿Qué pensará desde la eternidad?

Para justificar su muerte, en una actuación vergonzosa que protagonizaron políticos aún en activo, el Régimen llegó a difundir a través de conocidos medios de comunicación fragmentos de su diario personal, que hacían pensar en un muchacho desequilibrado con problemas de conducta. Al parecer, cuando sus padres se atrevieron a protestar, sufrieron amenazas susceptibles de ser calificadas como de auténtico chantaje. Su historia fue trágica, pero muy pocos la recuerdan. Si no hubiera sido un valiente, hoy llevaría una existencia tan normal y anodina como la nuestra, pero sobreviviría. ¿Mereció la pena?

La vida está llena de miedosos y oportunistas, como los que existieron con abundancia en los años del franquismo. Unos y otros, sin embargo, supieron situarse muy bien. ¿Cuántos de ellos han estado militando después en organizaciones perfectamente instaladas en el sistema? Todos sabemos que muchos, probablemente demasiados, pues siempre ha sido muy provechoso colocarse al lado de los que mandan. En cambio, los que entonces se arriesgaron se quedaron en casa o murieron en plena juventud, caso de mi compañero de celda Carlos Castilla Plaza. Me gustaría poder hablar con él, como tenía sentido del humor me imagino que sin rencor se limitaría a reír, pues la carcajada es la única opción sabia.