martes, 22 de febrero de 2011

Nuremberg al revés

En la prensa alemana se ha hecho referencia estos días a la suerte de los millones de compatriotas que, al final de la segunda guerra mundial, fueron expulsados en condiciones bíblicas de regiones que habían pertenecido a su país durante siglos: Silesia, Pomerania, los Sudetes, Prusia oriental etc. Es tan grande su complejo de culpa que el problema es siempre planteado en forma velada, no existe sentimiento de revancha ni sombra alguna de reivindicación formal. Sienten tal grado de vergüenza por los actos de sus antepasados, que piensan que es mejor no hablar. Y es verdad, su responsabilidad fue enorme, basta con recordar el holocausto. Premonitoriamente Goethe, en el siglo XIX, quejándose de Alemania, había advertido que “llegará el día en que tendrá que enfrentarse con su destino, que la aniquilará”. Así fue.

Sin embargo, en la vida es necesario dudar ¿fueron mejores los aliados? En el fondo, la Europa de la postguerra surge con un enorme fraude intelectual: el de utilizar en Nuremberg las formas procesales para encubrir una venganza política. Es muy posible que no hubiera podido crearse un orden nuevo sin eliminar a los dirigentes nacionalsocialistas, caso de Goering, Bormann, o el mismo Hitler si hubiera sobrevivido. Personalmente, creo que era inevitable su ejecución, pero no existe Derecho sin imparcialidad, los vencedores nunca pueden hacer justicia sobre los vencidos, al menos la que en los países occidentales se entiende por tal. Tenemos un ejemplo bien reciente, el de los Ceaucescu: ¿fue aquello un juicio? No, constituyó un espectáculo horrendo en el que la única sombra de dignidad estuvo siempre del lado de los acusados.

Volviendo al caso alemán, estoy convencido que de ganar hubiesen tenido motivos igual de poderosos para organizar un Nuremberg al revés. Con un ejemplo nos basta, el de los miembros del ejército rojo: leer a Antony Beevor nos sirve para conocer que en las postrimerías de la guerra mas de cien mil alemanas fueron violadas por ellos. Existe a este respecto un libro estremecedor, “Una mujer en Berlín”, es anónimo pero sus contemporáneos saben que su autora fue una periodista víctima de los hechos. Los rusos, mal que me pese, se comportaron como auténticos bárbaros.

¿Y el admirado Churchill? Al no saber cómo recompensarlo, le llegaron a dar un más que dudoso premio nóbel de literatura. Pues bien, fue uno de los principales responsables de la política de tierra quemada, que dio lugar a la inhumana destrucción de Leipsig y Dresde. ¿Y qué pensar de Hiroshima y Nagasaki? ¿Por qué tirar la bomba atómica en grandes poblaciones?, podía haberse hecho sobre un vulgar atolón. La historia de los vencedores es tan falsa como la que, de haber sido otra la suerte, hubiesen escrito los vencidos.

martes, 15 de febrero de 2011

Añoranza soviética

Nos movemos en función de prejuicios, y nunca es más cierto que con respecto al Islam. A lo mejor, los escépticos estamos equivocados, por fin un viento de libertad está soplando por el mundo árabe. Sin embargo, tengo dudas y bien fuertes: la separación entre la ciudad de Dios y la de los hombres está arraigada casi genéticamente en nuestra civilización, encuentra su base en el “dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”, recomiendo leer a Anthony Pagden. La comunidad musulmana, la “umma”, nunca ha sido capaz de establecer una distinción de ese género. Incluso, si juzgásemos lo que ocurre en Egipto con criterios estrictamente políticos, habría que advertir que sobre la miseria nunca se ha construido una democracia, los procesos revolucionarios sólo fueron capaces de generar el terror, basta con recordar la Convención.

Por desgracia, de todo lo que ocurra seremos responsables nosotros, los occidentales. ¿Por qué no ven, si no lo han hecho ya, la película “La guerra de Charlie Wilson”? Fueron los norteamericanos, sus servicios secretos apoyados por importantes sectores del Congreso, quienes ayudaron a los mujaidines de Afganistán con armas y aporte de dinero. El objetivo no podía ser más evidente: debilitar a la Unión Soviética, y tuvieron tal éxito que el comunismo desapareció de la faz de la tierra, sus epígonos ya no cuentan. Sin embargo, poca gente es consciente de que en el gobierno afgano estaban representados sectores importantes de la burguesía del país, que llamaron a los rusos en sus esfuerzos de modernización contra el salvajismo de los “patriotas”.

Paradójicamente, los soviéticos estaban ayudando a “los nuestros”, que una vez derrotados fueron llevados a la horca pública con una crueldad que no recibió ninguna repulsa moral. La razón genera monstruos, efectivamente, y nunca más claro que en esta ocasión: los atentados contra las torres gemelas, y los de Madrid y Londres han sido su resultado. ¿Nadie se ha dado cuenta? Nosotros mismos hemos creado la locura integrista, y ahora no sabemos cómo solucionar el problema. Los principios que sirvieron de base a la Unión Soviética, su práctica es cosa distinta, son los mismos sobre los que se ha creado la civilización occidental: Marx, pura filosofía alemana, no es otra cosa que el producto final de Newton y Descartes.

Hemos destruido un mundo inspirado en los mismos valores, para crear otro que desprecia nuestra “decadencia e inmoralidad”, y quiere retroceder a una dorada Edad Media sometida a los designios del Profeta. A lo mejor, es una falsa alarma y los demócratas musulmanes se imponen, todo es posible pero ¿dónde están?


martes, 8 de febrero de 2011

Jacobinismo antiparlamentario

Pierre Bessand-Massenet con brillantez describió el jacobinismo como “un germen de intolerancia, propio de la naturaleza de ciertos individuos, una voluntad de dominación y de inquisición moral tanto como política, una suerte de inflexibilidad humana elevada al rango de virtud…”. Nada más peligroso para la historia de Occidente que la unión de jacobinismo e inquisición. La obsesión por la perfección siempre se ha resuelto llevando a la gente al cadalso o a la guillotina, al fin y al cabo lo mismo da. Si estás completamente seguro de tus convicciones, y no tienes suficiente generosidad, terminarás buscando papistas, herejes o comunistas por todas partes. En España, “país clásico de las hogueras”, los parlamentarios se han convertido en nuevas víctimas propiciatorias, son culpables de todo cuando, en mi opinión, su única responsabilidad es la ser un poco más tontos de lo normal, lo que no constituye ningún delito, al menos hasta ahora.

Es evidente que nuestros parlamentarios, los del Estado y los de las Comunidades Autónomas, no destacan por su sabiduría, la física cuántica no es una de sus especialidades. Cierto también que han perdido la aureola de respeto y carisma que constituía una de las notas características de su función, al menos en países serios. Sin embargo, el clima de sospecha al que están sujetos no deja de ser la más clara manifestación del fracaso de la misma sociedad. Si no confías en quienes te representan pones en cuestión el sistema democrático, pues entonces ¿en qué creerás? Es posible ciertamente que los militantes del Partido Socialista, Partido Popular e Izquierda Unida no sean un ejemplo de profundidad intelectual, tampoco de seriedad, pero si sistemáticamente votamos a unos u a otros es que estamos enfermos o somos tontos, y no se sabe lo que es peor.

En mi opinión, la causa de su descrédito radica en parte en los propios diputados pero, mucho más, en la ciudadanía. Oscar Wilde con irónica genialidad se atrevió a decir: “Antiguamente, existía el potro del tormento. Ahora, existe la opinión pública, lo que no deja de ser una mejora. Pero, aun así, es cosa mala e injusta”. Y eso que no conoció a la española, indudablemente se hubiera desmayado de horror. La realidad es que somos tan ruines que no buscamos otra cosa que la corruptibilidad, y las actitudes policíacas juegan siempre con ventaja: la vigilancia sistemática encuentra indefectiblemente motivo de escándalo y pecado. Como en mi lejana juventud fui encarcelado, los delatores no me inspiran ninguna simpatía.

Es verdad, nuestros diputados son mantas, pero mucho más lo es la sociedad a la que quieren representar. Si los ciudadanos fueran un ejemplo de virtud, honradez e inteligencia, ¿cómo votan a gente tan inmoral? Por una razón, a la que en su momento se refirió Ortega, porque la inmoralidad está en la sociedad española, que se defiende proyectando sus culpas sobre los demás. Si no se lo creen, ¿por qué no leen a Sigmund Freud?

martes, 1 de febrero de 2011

Error democrático


Aunque se les haya acusado de cinismo, a veces con razón, y de simple propaganda, los Estados Unidos han caracterizado su política internacional desde finales de la segunda guerra mundial por la defensa de los regímenes democráticos. Combatieron el comunismo bajo el pretexto de la libertad, y ahora se enfrentan a los integristas, caso de Irán, defendiendo las elecciones y la eliminación del autoritarismo. ¿No será un tremendo error? Hoy por hoy, un auténtico sistema parlamentario en Pakistán daría el poder casi con absoluta seguridad a los talibanes. Y lo mismo podría afirmarse de Egipto o hasta, sería posible, de mi patria chica, Marruecos. La democracia no puede constituir un fin en sí misma, los nazis llegaron al poder porque así lo quisieron los alemanes.

La verdad es que los occidentales damos la impresión de estar presos de una contradicción: presumimos de demócratas, pero cuando no nos interesa, si triunfan legítimamente nuestros enemigos, entonces nos echamos atrás. Personalmente, quizá por mi pasado comunista, asumo sin pudor la dictadura de una libertad, diría mejor de unos valores, que debe imponerse a sus enemigos. Una actitud de esta clase no constituye, por otra parte, ninguna novedad, se encuentra reflejada en el artículo 30 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Nada en la presente Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiera derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona para realizar actividades tendentes a la supresión de las libertades proclamadas en la misma”.

Es un reflejo del dogma jacobino, tan querido a Saint Just, según el cual no “hay libertad para los enemigos de la libertad” Y, en el fondo, cuando los bárbaros se sienten tan cerca, no puedo por menos que pensar que Occidente es el producto de una sensibilidad cultivada durante siglos: la tolerancia, el respeto religioso, el amor al arte y a los libros, la compasión, la lucha por la dignidad de la mujer y las minoría perseguidas…Todo esto somos nosotros, y también la aceptación de la voluntad del pueblo, pero desgraciamente se ha equivocado tantas veces que, puestos en la disyuntiva, prefiero sacrificar a la mayoría con tal de que los valores puedan mantenerse.

Una de las características señaladas de la civilización ha sido siempre la duda, pues la madurez implica capacidad para ponerse en lugar del otro. Desgraciadamente, en la inmensa mayoría de las ocasiones, los seres que dudan demasiado suelen ser desbordados por los intolerantes. Una persona honesta debe compartir las ilusiones de cambio de los tunecinos, pero el miedo es real y legítimo.