martes, 28 de diciembre de 2010

Crisis biológica y moral

Las ratas han constituido siempre objeto de interés para la literatura, no puedo olvidar la influencia que ha ejercido en mí uno de los grandes libros del siglo XX, La Peste, de Albert Camus. Un buen día empezaron a salir de las cloacas miles de ellas, esparciendo la enfermedad por todos los rincones de la ciudad de Orán. Sin embargo, la expresión puede utilizarse en muchos sentidos, por ejemplo el que hace referencia a los que huyen del barco antes de hundirse, dejando abandonados a sus compañeros luchando por la supervivencia, suelen ser bastante repugnantes.

Actualmente, estamos a punto de vivir un supuesto similar. Las encuestas dan como próximo ganador al Partido Popular, no sólo en las próximas elecciones generales sino también en las que se celebrarán en feudos tradicionalmente socialistas, el caso más característico parece ser el andaluz. Y no es que el PSOE no merezca perder, treinta años son demasiados, el problema es que en momentos así es cuando se abren camino los oportunistas y los que sólo buscan la mejora personal, en muchas ocasiones los mismos que han contribuido al descrédito y a la vergüenza de los que van a caer.

Es verdad que nuestros dirigentes en el poder lo están haciendo muy mal, también que en las situaciones de estancamiento es conveniente una renovación, aun cuando sólo sea por la necesidad de respirar aire nuevo, pero es bueno conocer la raíz última de los fenómenos antes de que la posteridad pronuncie su juicio definitivo. La política no es ajena a los avatares de la biología, a la eterna cadena de nacimiento, evolución y muerte. Por ejemplo, en la historia de Francia la revolución desembocó en el imperio napoleónico, que se vio sucedido por la restauración borbónica, la monarquía orleanista de Luis Felipe y el II Imperio hasta llegar, otra vez, a la República y vuelta a empezar. Vida y muerte en la dinámica de los pueblos como en la de los individuos, nada permanece.

El Partido Popular ganará las próximas elecciones, no es seguro pero puede ser. Si permanece treinta años en el poder, cosas más raras se han visto, se encontrará con la misma situación de hastío y descomposición que hoy están viviendo los socialistas. Será bueno que lo tengan en cuenta, porque la experiencia siempre ha sido maestra de las naciones. Es el momento para, que más allá de las naturales crisis biológicas, nos ofrezca un programa. El problema no está en la inmadurez y corrupción de los dirigentes y aprovechados de uno y otro lado, una anécdota en la historia, sino en encontrar objetivos movilizadores ante la decadencia vital, de ilusiones y de intelecto en la que todos, incluso nosotros, estamos sumidos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Convicciones necias

Decía Jean D’Ormesson que “por muy extraño que pueda parecernos, después de nosotros el mundo seguirá girando. Sin vosotros, sin mí. Con altibajos, pero continuará”, y los que nos sustituyan se comportarán de la misma ingenua y necia manera. En el año 1977, cuando en España parecía que el universo iba a renacer, un viejo y respetable dirigente democrata cristiano, el Letrado Fernández de Henestrosa, nos explicaba a un grupo de jóvenes juristas, de convicciones marxistas, que estaba convencido que el futuro sería socialista, no era posible marchar contra la historia. El objetivo de su partido se limitaba a asegurar que el proceso se realizase pacíficamente y en libertad. Los intelectuales y el mundo en general parecían convencidos de la inevitabilidad del comunismo.

Al cabo de pocos años, no más de veinte, con el derrumbe de la Unión Soviética, el estado comunista se convirtió en un enorme “archipiélago gulag”. Los pensadores marxistas desaparecieron de la faz de la tierra, Jean Paul Sartre no habría existido o había sido un viejo chocho. Se pusieron de moda “los libros negros” sobre el socialismo real, y “La vida de los otros” pasó a constituir una descripción, unánimente aceptada, de una sociedad totalitaria sin alternativas en la que el individuo habría representado un simple medio en la deificación del Partido y el Secretario General. Ser comunista se identificaba con el terror y la delación, las cosas quedaron muy claras, no había otra opción que la dinámica del mercado y la libertad. Todo el mundo se apuntó ahora al mito del bienestar.

Ha pasado poco tiempo, y las corrientes de la historia no han sido capaces de traernos el añorado “mundo feliz”. Por el contrario, nuestras sociedades parecen dirigidas por ridículos personajes, desde un Berlusconi caracterizado, no por su ideología que no la tiene, sino por sus implantes de cabello y descocadas velinas hasta Sarkozy, con sus complejos de estatura y manías de grandeza. Está también Zapatero, pero de él será mejor no hablar so pena de que nos produzca un telele nervioso. El Estado del Bienestar se ha convertido en el símbolo del pensamiento único, la imposibilidad de disidencia y, por supuesto, de la frivolidad.

Todas las épocas piensan que sus modelos de explicación del universo son únicos y definitivos. Transcurren los años, y se revelan falsos y absurdos. Lo único cierto, de la que vivimos, es que nuestra posteridad nos considerará vulgares y fatuos. Y nuestros dirigentes, aparte de singularmente incompetentes y tontos, pasarán a la historia como los primeros que despreciaron la inteligencia y la preparación en la política, obsesionados con la imagen.

martes, 14 de diciembre de 2010

Decadencia y espionaje

Gavrilo Princip muere de tuberculosis el 28 de abril de 1918. Los carceleros de Terezin, en la actual República Checa, al abrir la celda, donde agonizaba, pudieron leer en la pared estas rimbombantes palabras: “Nuestras sombras pasearán por Viena sembrando el pánico entre los poderosos”. Son conmovedoras por su ingenuidad, el asesinato del archiduque Francisco Fernando no sirvió para nada: la idea de la Gran Serbia se ha hundido en la historia, es un sueño que desapareció. Gavrilo era con veinte años un simple niñato, tan torpe que, después de disparar, pretendió suicidarse con una capsula de cianuro y falló, le habían vendido un producto caducado. Quería ser un héroe, pero lo unico que logró fue destruirse a sí mismo y provocar dolor, generando unos efectos que no fue capaz de predecir.

Al leer el excelente libro de Rafael Argullol, “Visión desde el fondo del mar”, que alude al episodio anterior, reflexiono sobre el hecho de que la mayoría de las acciones producen consecuencias inesperadas para sus autores, o con un significado diverso del que la opinión dominante les pretende atribuir. Así, la divulgación de los papeles de Wikileaks se quiere plantear como un tema relativo a las libertades informativas y de expresión, hasta el punto de que más de un comentarista ha llegado a decir que constituye un símbolo del triunfo de la reivindicación de transparencia. Es falso de toda falsedad, en todo caso lo sería del peligro que las filtraciones, los robos o las sustracciones de secretos de Estado, suponen para las modernas sociedades de masas. Los constituyentes decimonónicos nunca pensaron que el intercambio de opiniones habría de estar basado en la irresponsabilidad.
En las retóricas declaraciones del XIX, se decía pomposamente que “la libertad de expresión es uno de los derechos más preciosos del hombre”. Y lo es, pero nunca a costa de todo porque los ciudadanos, al menos los más conscientes, saben que cualquier garantía tiene límites, sobre todo los situados en la defensa de la propiedad ajena, y no digamos en la seguridad y defensa de la colectividad en su conjunto. Yo puedo querer estar informado de la manera más amplia posible, pero, si vivo en una democracia, concedo a mis representantes la suficiente confianza para que actúen en mi nombre con un margen que, ciertamente, está controlado por la crítica personal e institucional, y por los medios de comunicación.

El espionaje, en cambio, nunca ha sido considerado legítimo instrumento de debate. Este tema lo único que pone de manifiesto es la debilidad de los Estados Unidos. Si conservaran un poder real nunca hubieran perdido esos documentos, Assange sería sometido a tortura china. Ante Irán, todos los occidentales quedamos más al descubierto.

martes, 7 de diciembre de 2010

Alma atormentada

Según nos cuenta Tzvetan Todorov, Germaine Tillion, representante de las deportadas francesas en el juicio a los vigilantes del campo de concentración de Ravensbrück, observó con angustia que los antiguos verdugos, una vez detenidos, se comportaban en la misma temerosa forma que lo habían hecho sus compañeras y ella misma. Se habían transformado en víctimas, lo que le llevaba a la conclusión de que “eran gente corriente y sentía lástima por ellos”. Es una impresión que puede compartir cualquier especialista en derecho penal. Los más horribles delincuentes, a la hora del juicio, son ya otra cosa, se convierten en seres desválidos y tremendamente humanos. Al pronunciar sentencia, se corre el riesgo de condenar a una persona que ya no existe. ¿Qué hacer entonces?

Las dudas forman parte de la naturaleza del hombre, todo puede ser examinado a la luz de perspectivas distintas. Por ejemplo, ya que está de actualidad, es evidente que Marruecos se ha apropiado del Sahara sin título jurídico suficiente para ello, basta repasar la resolución del Tribunal Internacional de la Haya. Es cierto también que dejamos tirados a sus habitantes, que eran tan españoles como usted y como yo, y que nuestra política gubernamental desde el año 1975 ha estado caracterizada por un miedo casi patológico hacia nuestros vecinos. Sin embargo, en los útimos incidentes, se ha hablado de genocidio cuando, en la realidad, la inmensa mayoría de los fallecidos comprobados pertenecían a las fuerzas del orden marroquíes. Si decimos lo primero, será necesario reconocer también lo segundo.

Entrando en materia más delicada, no es difícil aceptar, a mi juicio al menos, que la inmensa mayoría de los miembros de los últimos gobiernos socialistas se ha caracterizado por su espectacular carencia de preparación política, y que han actuado como niños con zapatos nuevos singularmente malcriados. Su falta de conocimientos históricos, paradójicamente los más recientes y, sobre todo, los referidos a la II República y a las autonomías territoriales, resulta especialmente ridícula y llamativa. Sin embargo, de seguir determinadas tertulias mediáticas, puede invadirnos el temor de que sean sustituidos por individuos, bien maduros, incluso provectos, anclados en el franquismo más peligroso. ¿Qué actitud adoptar?

Habla también Todorov, en un conjunto de ensayos bajo el título “La experiencia totalitaria”, de “la infinita complejidad del alma atormentada de Raymond Aron”. Todas las personalidades inteligentes son poliédricas, observan los matices de cualquier cuestión; por desgracia una y otra vez tendrán que arriegarse al elegir.