martes, 31 de agosto de 2010

Valor español


Jüngers, mariscal del ejército prusiano, pronunció en cierta ocasión la siguiente frase, desde luego halagadora para todos nosotros: “si en el frente alguien se encuentra con un soldado mal afeitado, sucio, con las botas rotas y uniforme desabrochado, no debe escandalizarse; es un auténtico héroe, un español”. ¿Qué diría hoy? Por lo que respecta a la urbanidad, las cosas han cambiando mucho. Nuestros militares van ya muy monos, pimpantes incluso. Desgraciadamente, en lo que se refiere al valor sería difícil también que pudiera seguir sosteniendo sus apreciaciones. Es verdad que, a lo mejor, el problema no es de nuestros soldaditos y soldaditas sino de sus mandos.

Desde la retirada aprisa y corriendo de Irak, sin prácticamente advertir a los aliados, y sin dar tiempo para que nos sustituyeran, nuestra credibilidad ha quedado seriamente dañada. Por mucho que el Gobierno pudiera pensar que la inmensa mayoría de la población estaba en contra de la intervención militar, las espantadas nunca son recomendables, máxime cuando lo que estaba en juego era el propio interés democrático del mundo occidental al que se quiera o no pertenecemos. Por gran simpatía que podamos tener a los musulmanes, no parece muy prudente que pretendamos alinearnos con ellos, y volver otra vez a una idílica Edad Media. Al menos no resulta sensato, siempre hubiera sido posible actuar en forma más hipócrita cubriendo las apariencias.

Con posterioridad, no da la impresión de que las cosas hayan mejorado sensiblemente. Aceptar que en Melilla, ciudad española desde hace más de quinientos años, unos cuantos energúmenos humillen desde planteamientos claramente machistas a mujeres integrantes de las fuerzas de policía rebasa todos los calificativos. ¿Cómo es posible que no haya habido ninguna reacción oficial? ¿No habíamos quedado en que nuestro Gobierno se caracterizaba por impulsar la igualdad de género? Puede darse la imagen de que, cuando se trata de mantener la dignidad y el tipo, las cosas cambian sustancialmente. A lo mejor es que la “Alianza de Civilizaciones” aconseja que nuestras señoras se queden en casa y vuelvan a llevar el velo.

Finalmente, constatar que a la hora de reaccionar frente a los secuestros de compatriotas la única respuesta sea la de callarse y pagar, y que esto sea considerado como muestra de alta política, y exquisita prudencia, suscita auténtica indignación. ¿No se dan cuenta que cualquier desalmado, sea o no integrista, puede pensar, en Marruecos o en Irak, que un español constituye una poderosa tentación a la hora de labrarse una fortuna? Siempre han existido chalados, pero no parece recomendable confiarles la política exterior.

martes, 24 de agosto de 2010

La melancolía de Leire Pajín

Hace cerca de cuatro mil años, en un papiro del Imperio Nuevo (conocido como Chester Beaty IV) podía leerse esta conmovedora frase: “el hombre perece, su cuerpo se vuelve polvo, todos sus semejantes vuelven a la tierra; pero el libro hará que su recuerdo sea transmitido de boca en boca”. No bastaba con la momificación, la historia y los sucesivos expolios de las tumbas reales habían convertido en escépticos a los egipcios. Con angustia, se daban cuenta que los hombres pasaban “y sus nombres eran olvidados, si los escritos no perpetuaban su memoria”. La única esperanza de encontrar la inmortalidad radicaría en que en el devenir de los siglos se siguiera hablando de ti, para eso era necesario narrar la propia vida o que otros lo hicieran.

“Escribe para que no se lo lleve el viento” nos aconseja actualmente Isabel Allende, lo que no puedes contar desaparece para siempre. De hecho, millones de personas en el mundo le están haciendo caso, y los diarios autofinanciados, con destino a familiares y amigos, proliferan por todos lados. Somos tan tremendamente ingenuos y tiernos que aspiramos a vivir para la eternidad. En el fondo se trata de una esperanza bien vana; aunque llegáramos a protagonizar una revolución política y cultural del alcance de la de Akenatón, dentro de diez mil años no quedará absolutamente nada. Y si algo queda, no podrá reflejar la esencia de cada alma, ni nuestra profunda debilidad personal.

Además, ¿qué podemos realmente transmitir? Hay que ser muy optimista para creer que somos capaces de legar algo a la posteridad. George Steiner, cuyas “Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento” recomiendo vivamente, alude a la máxima de Heidegger según la cual los grandes pensadores sólo han tenido un argumento, que exponen y reiteran en todas sus obras. De hecho, el propio Einstein afirmaba que en su vida no había desarrollado estrictamente hablando más que dos ideas, que habría expresado en forma distinta al formular sus principios. Con razón, se dice que los estudiantes de Harvard, cuando realizan el doctorado, ruegan por tener una, tan sólo una, idea brillante en su trayectoria profesional.

La verdad es que la Pajín lo tiene difícil: cuando dentro de dos mil años alguien, rebuscando en polvorientos archivos, se tope con su profundo razonamiento acerca de la conjunción estelar, puede pensar que, en el siglo XXI, existían todavía creyentes en los astros y demás fuerzas ocultas de la naturaleza. Llegaría a conclusiones bien tristes sobre nuestro grado de desarrollo. ¿Subsistían entonces los magos y nigromantes? Es el riesgo de la política, si la dejamos en manos de niños las posibilidades de confusión son enormes. ¿A qué juegan?

martes, 17 de agosto de 2010

Ritos presocráticos

En cierta ocasión, Querefonte se dirigió a Delfos para preguntar “si había algún hombre más sabio que Sócrates”, y le respondieron que nadie. Como el pensador estaba convencido de su ignorancia y limitaciones, comentó que lo que habría querido decir el oráculo era lo siguiente: “Hombres, aquel de vosotros que ha caído en la cuenta de que no vale nada en verdad en lo tocante a sabiduría, es el más sabio”. Y para despejar cualquier tipo de dudas, afirmó algo que se ha convertido en señal distintiva de la auténtica filosofía: “sólo sé que no sé nada”. En su momento, Descartes llegó a conclusiones muy semejantes cuando, hablando del conocimiento, señaló que: “de las diversas acciones y empresas de los hombres no hay casi ninguna que no me parezca vana e inútil”.

Somos vanos e inútiles, efectivamente, además desde un punto de vista estrictamente filosófico resulta muy difícil poder distinguir la vigilia del sueño, ¿cuando estamos realmente despiertos y cuando creemos que lo estamos? ¿Quién lo puede decir con seguridad? En este sentido, me gustaría recomendar la película “Origen” de reciente estreno; a pesar de aspectos burdamentemente comerciales incita a pensar. En España, en cambio, nuestros dignatarios se manifiestan muy seguros de sus acciones, por claramente irracionales y ridículas que puedan parecer, carecen de género alguno de angustia existencial.

Por ejemplo, en una Comunidad Autónoma, cuyo nombre es mejor reservarse, qué más da que sea la de Murcia, La Rioja u otra distinta, acostumbra a celebrarse al comienzo de todos los veranos un sacrificio propiciatorio a una especie de ídolo al que llaman “padre de la patria”. Una ceremonia tan respetable resulta más bien cómica pues, que se sepa, las patrias no tienen padre ni madre ni perro que les ladre, debe de tratarse de un nuevo descubrimiento. En dicho acto participan la totalidad de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, que se dedican inveteradamente a reprocharse la mayor o menos entidad de la asistencia de unos y otros, lo que exhiben como muestra de su absoluta falta de conciencia nacional y de la perfidia de sus dirigentes. La impresión que dan no es seria, se asemeja a una farsa. A lo mejor, nada de lo que hacen es real y se trata de un sueño. Caso contrario, el absurdo superaría todos los límites.

Parece demencial que la izquierda se tome en serio este tipo de espectáculos, ¿no habíamos quedado en que el nacionalismo constituía una añagaza de la burguesía para ocultar los problemas de clase que existen en cualquier sociedad? ¿Y los conservadores? Alentar diferencias regionales no es propio de un partido prudente y de orden. Desde luego, a este país lo que va es la juerga, no la política.

martes, 10 de agosto de 2010

Problemas de bragueta


Somos herederos de un mundo de ilusiones que arranca en el siglo XVIII, y que aspiraba a conseguir la erradicación de las tinieblas. “Con el martillo y el cincel hemos construido catedrales, con el martillo y el cincel nos haremos constructores de hombres”, afirmaron los masones especulativos a partir de las Constituciones de Anderson en 1723. Pretendieron la creación de un hombre nuevo, cimentado sobre la estricta racionalidad. La época de las catedrales de piedra habría concluido ya, era el momento de que el Gran Arquitecto del Universo se preocupase de edificar otro templo, el de una sociedad destinada a realizar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. El ser humano estaría en condiciones de protagonizar un inmenso salto sobre el vacío siempre que se le proporcionara, a la manera de Goethe, luz y más luz, pues era su alma, su inteligencia, sobre la que había que trabajar.

Y, efectivamente, a todo lo largo de los siglos XIX y XX, la técnica ha transformado el mundo, lo ha hecho saltar en pedazos mediante un nuevo proceso de creación, basado en la utilización del método cartesiano, que es tanto como decir de la ciencia y la información. El futuro era nuestro, la historia parecía linealmente encaminada hacia el progreso, que implicaba la liberación de las irresistibles fuerzas de la naturaleza, así como de la miseria y la enfermedad. Al final del camino, como es bien conocido, la decepción se impuso: la Razón no condujo más que al “holocausto”, al totalitarismo igualitario soviético y a Chernobil. Bien; cabría pensar que la cuestión radica simplemente en ser más modestos: nada nos podrá traer el Paraíso, pero la combinación de racionalidad y prudencia podría permitirnos vivir sin demasiados sobresaltos. Las cosas parecen, sin embargo, más complicadas al menos en España.

La prensa nos ha comunicado que un militante de un partido regional ha afirmado, sin muestra alguna de pudor, que el dirigente de una formación rival “tenía problemas de bragueta”, lo que estaría condicionado su actuación; parece una broma pero no lo es, véase la edición de El Mundo de hace pocos días. ¡Vaya por Diós! tal género de problemas era hasta ahora desconocido en las esferas de la alta política, debe de tratarse de una peculiaridad española. La verdad es que la cuestión me ha inquietado en un terreno estrictamente intelectual porque si, como decían los hegelianos, la historia implica el paulátino desenvolvimiento de la oscuridad hacia la luz, ¿cómo calificamos este nuevo fenómeno, que parece capaz de condicionar las relaciones entre gobierno y oposición?

Ciertamente, los franceses, eran más finos, aconsejaban “cherchez la femme” a la hora de averiguar la causa última de los actos; pero cuando se trata de nuestra insípida política resulta más bien tonto e innecesario.

martes, 3 de agosto de 2010

Kant y los toros


Kant, al estudiar las carácterísticas nacionales, atribuyó a los españoles el espíritu de lo sublime, lo que no debe llevarnos a engaño. Puede incluir la belleza pero también la grandiosidad, la tragedia, incluso la crueldad. Lo que sí es cierto es que las cosas sublimes no son vulgares, no cabe permanecer indiferente ante ellas. Es evidente que los toros encajan perfectamente en esta descripción. Señalar que su prohibición en Cataluña obedece a mezquinas razones de índole nacionalista es una obviedad, que no oculta el problema de fondo: ¿es indigna la “fiesta” de un país civilizado? Desde el punto de vista educativo, mostrar a los niños, como si fuera normal, el espectáculo de un animal agonizante, que chorrea sangre y es herido repetidamente hasta morir no resulta edificante, puede llegar a influir en la propia manera de comportarse un pueblo, en su historia.

Es indudable que los toros encierran aspectos estéticos difíciles de igualar, basta con desplazarse a Sevilla en una buena tarde de Feria o considerar los matices intelectuales de que se rodea en Francia, mezclados con el culto solar. También que la cultura española no puede comprenderse sin ellos, la referencia a Picasso no pasaría de un tópico. Me gustaría recordar, sin embargo, que durante siglos, hasta el final del XIX, los “castrati” representaron la cima de la musicalidad, un espectáculo que aproximaba al extasis angelical, no en vano fueron muy apreciados en los círculos vaticanos, que sólo se podía mantener mediante la castración de niños al llegar a la pubertad. Hoy día nadie canta como ellos, y en la historia de la sensibilidad su desaparición constituye una pérdida, ¿podía mantenerse? Es verdad que ya no puede existir un Farinelli pero, si lo hubiera, probablemente no produciría más que horror.

Ciertamente, su prohibición en Cataluña es difícilmente explicable sin un trasfondo político: el rechazo de la identidad española. Su signicado era ya simbólico. Como en muchos otros lugares, basta con citar a Canarias, la asistencia a los toros era mínima. ¿No hubiera sido mejor esperar tranquilamente su extinción? Toda restricción de la libertad debe ser excepcional, sobre todo cuando lo que se quiere prohibir posee valores, aunque fueren meramente estéticos, dignos de consideración. Por otra parte, ¿qué necesidad había de causar un daño gratuito a la población de un Estado con la que llevas conviviendo centenares de años? Es una cuestión también de buen gusto y educación.

Kant distinguió la esencia de cada nacionalidad, pues todas tenían propia personalidad. En el futuro, no será posible hacerlo. Todos nos dedicaremos a cosas correctas, pensaremos igual y comeremos hamburguesas. Si no, nuestro destino será el psiquiátrico por malos.