martes, 29 de junio de 2010

La visión del mal


Siempre se ha dicho que un francés es capaz de admirar, al mismo tiempo, al campesino de La Vendée que se alza en armas en defensa de su religión y al soldado del Ejército revolucionario movilizado en su contra por los jacobinos. En España, una cosa así sería bastante difícil, lo que pone de relieve nuestra mezquindad. En línea de principio, no existiría ningún obstáculo para que una persona de derechas, si es que eso existe aún, se enorgulleciese de la grandeza de los combatientes republicanos, que se suicidaron por centenares en Alicante antes que caer en manos de los sublevados, o con la actitud del Partido Comunista en la clandestinidad, al elaborar una “política de reconciliación nacional” entre vencedores y vencidos, que constituyó la base de la transición democrática.

No obstante, sería ingenuo reivindicar en su totalidad la resistencia antifranquista, entre otras razones, por la elemental de que las sociedades enfermas contaminan tanto a los verdugos como a sus víctimas. Lo que explica el comportamiento de los mismos comunistas capaces de abandonar a los suyos, incluso de delatarlos, cuando se hacían culpables de disidencia ideológica, y ello en los momentos más duros de la represión política. No se trata de una mera afirmación, ocurrió realmente en los casos bien conocidos de los dirigentes Monzón, Quiñones y Trilla, que, además, fueron objeto de las mayores calumnias; no hubo piedad para ellos. Pero es que la actitud de muchos perseguidos, acosados por el miedo y la policía, distó mucho de la necesaria dignidad, y, sin estética, no es posible mantener la admiración

En este sentido, me gustaría recomendar un excelente libro de Andrés Trapiello, “La noche de los cuatro caminos”, que narra la historia real de unos militantes, algunos de ellos héroes de la resistencia francesa, que detenidos en Madrid a mediados de los años cuarenta se denuncian los unos a los otros, imputándose las mayores villanías, al objeto de conservar la vida. Desde luego, inspiran compasión. Si actuaron así, fue como consecuencia de las torturas. Los únicos culpables estaban del lado de la policía, pero a la altura de estos tiempos sólo producen rechazo y horror. La conducta del partido no queda manchada por ello, sin embargo sería absurdo querer mantener la memoria de lo sucedido.

La situación de los resistentes durante nuestra dictadura queda reflejada en la película “La vida de los otros”. Es decir, lucharon en una sociedad en la que el amante no podía fiarse de la amada ni el hermano de la hermana, pues, en ocasiones, todos actuaban como confidentes. Es indudable que el responsable final no fue otro que el franquismo, también que hubo héroes, y muchos. Con respecto a todo lo demás quizá sea mejor olvidar, ¿o es que vamos otra vez a empezar?

martes, 22 de junio de 2010

Okonkwo


En los últimos días, de manera bien masoquista, me ha dado por consultar en Internet distintos rankins de la literatura universal. En castellano, existen varios aunque, si se observa, la mayoría son copias de los elaborados en los Estados Unidos. Con independencia de que, aparte de El Quijote y algún libro de García Lorca, la publicada en lengua española brilla por su ausencia, lo que me resultó verdaderamente asombroso fue encontrar, en casi todos ellos, entre las consideradas cien mejores obras de siempre “Todo se desmorona” del nigeriano Chinua Achebe. No me da ninguna vergüenza confesar que no sólo no la había leído sino que llegué a pensar que se trataba de una broma. Un librero amigo, Reguera, al percibir mi ansiedad, me la proporcionó en veinticuatro horas.

Después de devorarla, he de confesar que se trata de una buena novela pero resulta absurdo pensar que esté entre las grandes de cualquier tiempo, ni siquiera entre las cien mil primeras. En esencia, constituye un lamento por la pérdida de un mundo hermoso, el africano, con su propia mitología, tradiciones y palabras, que fue destruido por la colonización europea. El protagonista, Okonkwo, después de diversas vicisitudeses es perseguido por una justicia incapaz de comprender el código mental de los nativos, regido por leyes muy distintas a las impuestas por una civilización que no reconoce al diferente.

En mi opinión, la razón de su éxito obedece no sólo, tengo que reconocerlo, a una indudable calidad y a la creciente influencia de la población afroamericana sino, en esencia, a la imposición de lo “políticamente correcto”, que considera la expansión europea como una simple lacra. Sin embargo, según la propia prologuista de “Todo se desmorona”, el denominado reparto de África “que siguió a la infame conferencia de Berlín” tuvo lugar en 1884-1885. Entonces, como quiera que la descolonización subsahariana termina casi completamente con la caída de la dictadura portuguesa en 1974, puede deducirse que el dominio de los occidentales alcanzó escasamente un siglo. Y es cierto que cometimos muchas barbaridades, basta con tener en cuenta el espíritu de “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, pero lo que nadie puede dudar es que, en ese tiempo, África pasó de la Edad de Piedra a la globalización.

Me temo que, al paso que vamos, Bibiana Aído va a convertirse en la única referencia de prestigio en materia literaria. De hecho, se rumorea que títulos tan sugerentes como “La sufrida mujer ibérica”, “El machismo español en América” y “La crueldad de los occidentales” pasarán a ser, gracias a sus consejos, obras de imprescindible consulta, de obligatoria compra también, para el lector consciente.

martes, 15 de junio de 2010

Niní


En el año 1969, a punto de entrar en la Univesidad de La Laguna, la célula de las Juventudes Comunistas, de la que era responsable, recibió la visita de un miembro del Comité Provincial que presidió lo que se llamaba, en la terminología del Partido, “un juicio crítico” hacia mí. En su opinión, no era más que un joven pequeño burgués que carecía de la formación propia de un militante y que en donde encajaba realmente era en el Frente de Liberación Popular, caracterizado por mantener actitudes estrictamente reformistas bajo una fraseología revolucionaria. Delante de todos los compañeros, sufrí una humillación que todavía no he olvidado, a pesar de que me siento bien orgulloso de haber pertenecido al PC en plena clandestinidad.

En el fondo, los comportamientos estalinistas encajaban perfectamente con mi formación cristiana, obsesionada con la culpa y la búsqueda de la perfección. La introspección servía para derrotar la vanidad, y darte cuenta de las motivaciones ocultas de tus actos. ¿Hasta qué punto no interpretamos el papel que en cada momento nos favorece? Por ejemplo, y descendiendo a los bien triviales aspectos de la vida diaria, la crítica que los viejos cascarrabias como yo venimos haciendo a la vida política española ¿no estará encubriendo nuestra incapacidad de adaptación a unos tiempos que ya no nos pertenecen? Todas las posiciones son psicológicamente interesadas, las nuestras también.

Cuando las dudas te asaltan, lo único que cabe es acudir al sentido del humor. Puede ser verdad, más allá de nuestras razones subconscientes, que la conducta de socialistas y populares sea ridícula, de circo incluso, dejo a salvo a los comunistas que, además de haber sido los míos, ya no cuentan y les tengo un respeto. Sin embargo, si se estudia con detenimiento la política de de este país, al menos en los últimos cien años, da la impresión de que asistimos a un espectáculo bien cómico. Por ejemplo, nos narra Miguel Maura, en “Así cayó Alfonso XIII” que el gobernador civil, Sr. Cruz Conde, le comunicó repetuosamente, en cierta ocasión, que una conferencia que había de pronunciar en Sevilla quedaba suspendida por orden expresa de Miguel Primo de Rivera. Al pedir explicaciones, se le indicó, en confidencia, que lo que pasaba en realidad era que el Dictador había roto con la señorita Niní Castellanos y estaba “de un humor insoportable”.

Para colmo, nos sigue diciendo Maura, los detalles de dicha ruptura fueron contados pocos días después por el insigne prohombre en una de las cartas públicas que, a través de la prensa, solía dirigir ea todos los españoles. Después de una cosa así, acepto la autocrítica: pido perdón, he de reconocer que este país no es ahora más tonto, sigue igual.

martes, 8 de junio de 2010

Bernardo de Gálvez


Gracias a mis hijos, he leído recientemente dos novelas históricas de Pablo Víctoria que me gustaría recomendar: “El día que España derrotó a Inglaterra” y “España contraataca”, dedicadas a las hazañas de dos de nuestros militares del siglo XVIII, Blas de Lezo y Bernardo de Gálvez. Si quieren pasar un rato entretenido, y recrearse en la historia de este país, sintiéndose, al mismo tiempo, orgullosos de compartir su identidad, no dejen de comprarlas. Cuando los franceses disfrutan leyendo a Michelet, y los ingleses a Walter Scott, nosotros también tenemos derecho a soñar aunque el momento no parezca muy adecuado para los nacionalismos. Por desgracia, hace ya dos siglos, desde la derrota de Trafalgar, vivimos con un complejo de inferioridad que no conseguimos superar.

Podría resultar curioso que una obra de carácter épico en honor de los españoles estuviese escrita por un colombiano. No es extraño, basta con utilizar “youtube” para escuchar, por ejemplo, una apasionante conferencia de Carlos Alberto Montaner, en Miami, sobre la Hispanidad o sintonizar diariamente con Jaime Bayly, para constatar que en ciertos sectores se viene reivindicando intensamente lo español. Hay una razón lógica para ello: el despertar de los indigenismos, que en Bolivia, Venezuela, Ecuador y otros estados reniegan de una civilización que proporciona un sustrato lingüístico y cultural común a cuatrocientos millones de personas. Los antiguos criollos se defienden, entonces, proclamándose dignos herederos nuestros. Y, como siempre, aquí no tenemos pajolera idea de lo lo que ocurre, ni nos interesa. Así nos va…

Constituye ya un tópico afirmar que España fue derrotada por la modernidad, lo que puede haber motivado el desapego de los progresistas hacia nuestras propias raíces. Es una pura y simple memez: se puede ser de izquierdas, comunista, catalanista incluso, y al mismo tiempo enorgullecerse de una común herencia. Azaña señaló que él era un patriota porque serlo no significaba otra cosa que “luchar por el aumento y conservación de ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma, de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo”.

Don Manuel Azaña tenía una magnífica cabeza es indudable, lo que por desgracia no es muy frecuente en España. A veces dan ganas de hacerse malgache y reaccionar a la manera de Estanislao Figueras, un buen catalán por cierto, cuando, al dimitir de la presidencia de la Primera República, se marchó a París diciendo que “estaba hasta los cojones (sic) de todos ustedes”. Él sufrió la época de los cantonalismos, a lo mejor hubiera reaccionado más vivamente si hubiera conocido la España de hoy.

martes, 1 de junio de 2010

La crisis


¿Cuás es nuestro destino? Todas las generaciones se lo han preguntado, y, como brillantemente expuso Pierre Chaunu, el cristianismo, superando anteriores concepciones cíclicas de carácter fatalista, realizó una verdadera revolución al establecer la existencia de un tiempo lineal con un principio y un final, que transcurriría desde la creación del mundo hasta el segundo advenimiento de Cristo. El futuro tenía así un sentido que proporcionaba esperanza. Paradójicamente, la modernidad, sobre todo a partir de la Ilustración y la Revolución Industrial, es hija de tal concepción. La historia encerraría un proceso que se dirige siempre hacia adelante, pues implica la autodeterminación de una humanidad que conquista libertad y felicidad, mediante los instrumentos que le brinda la Razón.

Así, en los últimos siglos hemos vivido convencidos de que la ley del progreso rige el devenir de las sociedades humanas, pues seríamos capaces de conquistar las estrellas y la inmortalidad. Sin embargo, ¿cómo podemos estar seguros? Para empezar, la misma idea de racionalidad e inteligencia que nos definiría no constituye más que una simple hipótesis. ¿Con respecto a quién nos comparamos? Al no existir ningún observador externo que pudiera analizarnos, cualquier autocalificativo no supone más que una especulación, muchas veces vanidosa e interesada. Estamos solos en el universo caminando a ciegas; es muy difícil entonces llegar a conclusiones ciertas sobre nada.

Por ejemplo, hace pocos días, Alain Touraine ha opinado que la actual crisis económica puede no tener fin, lo que afectaría esencialmente a la sociedad occidental. Todo es posible, y poco podríamos hacer a nivel individual para evitarlo, quizá tan solo intentar comprender lo que ocurre sin tener ninguna certeza de poderlo conseguir. Desde luego en España, si el pensamiento clásico tuviese alguna validez, la convicción de que sólo los amantes de la sabiduría estarían en condiciones de ejercer el poder habría quedado tajantemente desmentida: los menos previsores, prudentes y sabios de los hombres lo habrían tenido aquí en sus manos. Así nos ha ido…

Tampoco la oposición merece juicio positivo. Es posible que las ideas de generosidad, elegancia y estilo constituyan simples mitos es verdad. Pero, si no lo fuesen, debería recordarse que la victoria electoral no puede imponerse como el objetivo único de un partido. Duran i Lleida ha demostrado que es capaz de dar una leccion de alta política, por desgracia otros no. Cabe una duda: a lo mejor Montilla, Zapatero y Camps no existen, están situados en el etéreo reino de los sueños. Si es así, habría que pedir humildemente a los que dirijan la función que nos sirvan imágenes más interesantes, pues las pesadillas asustan.