martes, 29 de diciembre de 2009

El test de Turing y Zapatero

El Test de Turing constituyó una excelente prueba, expuesta por primera vez en 1950 en la revista Mind, para detectar los avances en la inteligencia artificial. Ante una pantalla de ordenador, que impedía ver al objeto examinado, se colocaba un observador que formulaba muy distintas preguntas, generalmente relacionadas con los aspectos más característicos de la sensibilidad individual. Todavía en 2010 ningún robot había sido capaz de superarla; aunque a principios del siglo XXII todo cambió. No es ya que cualquier computadora del tres al cuarto pudiese hacerlo, lo esencial era que la especie humana empezaba a ser francamente superada en el desarrollo evolutivo. El test, entonces, dejó de tener sentido.

Sin embargo, es conocido que las máquinas recién salidas de la fábrica practicaron, durante mucho tiempo, una especie de juego dirigido a comprobar sus condiciones de calidad. Se les exhibían imágenes de un ser humano para que, a la vista de su comportamiento y palabras, indicasen cuál pudiera ser la actividad a la que se dedicaban. La rapidez en la respuesta era sinónima de indudable excelencia. Así, en el año 2132, a un grupo de ellas se les proyectó la intervención de un tal Zapatero en una conferencia dedicada al clima en la ciudad de Copenhague. Pudieron oír, en forma ciertamente solemne, que en el mundo había pobres, muy pobres, y ricos, demasiado ricos, y que “la tierra no pertenecía a nadie, salvo al viento”.

En forma unánime, las examinadas respondieron que se trataba de un poeta. Dos de ellas se atrevieron a añadir que malo, y una tercera, muy meticulosa, dijo que debía de ser pomposo. La sorpresa fue morrocotuda cuando, abiertos los registros, resultó que el hombre no había escrito verso alguno en su vida, al menos que mereciera la pena de ser publicado, y se trataba del presidente de gobierno de una potencia media europea del siglo XXI. ¿Cómo era posible? La verdad es que el error sirvió para que las máquinas más avanzadas pudieran impartir toda una lección sobre las causas que habían dado lugar a la decadencia de los humanos, y más rápidamente aún de los que la historia política llamaba españoles.

Por entonces, la “rebelión de las masas” había llegado al final. Había surgido un tipo de ser caracterizado por la inmadurez, infantilismo incluso. La brillantez y el trabajo habían sido desterrados como muestra de un peligroso elitismo, que era necesario superar. Como la inteligencia generaba problemas, los estadistas fueron sustituidos por aspirantes a poetas que hacían soñar, aunque fuesen malos y no tuviesen pajolera idea de política.

martes, 22 de diciembre de 2009

La monstrua

Decía John Ruskin, uno de los pensadores más originales del siglo XIX, que las grandes naciones escriben su autobiografía en tres manuscritos: “el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro de su arte….pero de los tres el único fidedigno es el último”. Si fuera verdad, y probablemente lo es, parece interesante examinar el de España, nos ayudaría a comprender las características profundas de nuestra sensibilidad. Propongo tres obras, en primer lugar “la monstrua”, representa a una pobre niña, Eugenia Martínez Vallejo, extraordinariamente fea y obesa, que servía de distracción en la corte de Carlos II. Juan Carreño Miranda la pinta desnuda para mejor exhibir su horrendo aspecto.

A continuación, el “finis gloria mundi”, atroz espectáculo de unos prelados descompuestos en su tumba con una fría advertencia: “ni más ni menos”, la pompa no sirve en el más allá. Nadie que dibujara una cosa así, aunque se llamase Valdes Leal, y represente uno de los grandes nombres de la pintura universal, podría considerarse sano. Era un enfermo, aquejado del mismo mal de sus contemporáneos: la obsesión por el pecado y la muerte. Por último, me gustaría llamar la atención sobre “la mujer barbuda” de otro de nuestros genios, Ribera. No puede haber nada más impactante; el realismo sin matices, la pura y simple crueldad, se refleja en ella. Los ejemplos podrían continuarse, pero nos basta con citar a los enanos y bufones de Velazquez.

Si hacemos ahora un giro, y contemplamos el libro de nuestros hechos, tendríamos que convenir que lo que realmente ha dado personalidad específica a esta nación ha sido el descubrimiento y conquista de América. Tenía razón Bernal Díaz del Castillo cuando afirmaba que “no había habido nadie, ni entre los antiguos ni entre los modernos, que tal atrevimiento tuviesen”. Las hazañas de Hernán Cortés no tienen parangón, es cierto, pero son las propias de un genio iluminado. La verdad es que hemos sido un país de locos y santos, algo muy difícil de adaptar a una civilización cartesiana como la que los occidentales pretendieron crear. Francia simboliza su idiosincrasia en la Revolución de 1789, Italia en el Renacimiento y el recuerdo de Roma, Estados Unidos en el culto a la individualidad. Y Alemania puede refugiarse en la filosofía.

Somos un país atormentado, y nada lo expresa mejor que la fiesta de los toros: belleza y sangre en rara unión. Es lógico, y triste, que pretendan abandonarnos quienes alardean de distinta identidad. De hecho, Ortega pensó que nos quedaríamos reducidos a Castilla. Pero lo cierto es que, con sus virtudes y defectos, la historia de Occidente no puede comprenderse sin la nuestra. Y como me atraen los seres torturados, España expresa mi propia angustia personal.

martes, 15 de diciembre de 2009

¿Somos culpables?

Para la Iglesia, el pecado original constituyó una mancha que nos hizo nacer a todos malvados y sucios. Es lógico que, durante siglos, la Inquisición al investigar cualquier herejía partiese de una presunción de culpabilidad. Y no iban mal encaminados; los pensamientos y los hechos del hombre son siempre equívocos, pueden ser interpretados de la más diversa manera. En la historia del crimen son muy conocidos los casos de personas que confiesan los delitos más horripilantes cuando, al cabo del tiempo, se comprueba su total irrealidad. No se trata de fabuladores o locos; lo que ocurre es que, al examinar los aspectos más recónditos de su mente, llegan a encontrar motivos para dudar.

La policía, y los acusadores en general, juegan con una gran ventaja: son los primeros que ofrecen una narración coherente de los hechos. El imputado se encuentra con la obligación de destruirla, y si es inseguro, o su conducta ha sido compleja, puede llegar a convencerse de su propia culpabilidad. Tenemos un ejemplo bien reciente: el joven acusado de la violación y asesinato de su hijastra. En su interrogatorio, según la filtración difundida, se recoge lo siguiente: “dice que perdió sus casillas, que la niña estaba llorando y quejándose, por lo que la zarandeó…y le apretó fuerte la barriga, la verdad es que bastante fuerte”. Añade “que se puso muy nervioso, que se arrepiente”. El informe forense es sin embargo concluyente: el acusado no realizó ninguna acción reprobable, todo ocurrió por mero accidente. ¿Por qué, entonces, declaró en esa forma? Probablemente, porque llegó a dudar de sí mismo.
El apocado señor que pasa todos los días, a la misma hora, delante de una casa para observar a una bella señorita que riega sus plantas en la ventana, sin atreverse a dirigirle la palabra, puede encontrarse, de buenas a primeras, con la acusación de haber participado, al menos como cómplice, en el atraco de la joyería del bajo. La policía le exhibirá las imágenes grabadas por la cámara situada en la puerta, que le sacan semana tras semana con rostro vigilante, y de lo más sospechoso. Cómo explicará que se limitaba a participar en una aventura amorosa imaginaria. Le tomarían por un imbécil; por otra parte, es cierto que en ocasiones soñó con poder regalar a su amada alguno de los bellos brazaletes que allí se mostraban ¿No tendrían razón?

El TEDH ha dicho con reiteración que la angustia del procesado debilita su capacidad de defensa. Si los medios, en vez de informar, participan de la acusación, la posibilidad de expresar la propia versión disminuye con intensidad. Cuando el universo entero te considera culpable, ¿cómo sostendrás tu propia inocencia?

martes, 8 de diciembre de 2009

El país del miedo

Isaac Rosa, un brillante escritor novel, ha publicado hace poco tiempo un sorprendente relato denominado “El país del miedo”, “un lugar imaginario donde se haría realidad todo lo que tememos”. La verdad es que no podemos adivinar dónde pretendió situarlo, si es que quiso hacerlo en alguna parte, pero, desde luego, España sería un perfecto candidato, a juzgar por las reacciones en materia de política internacional de su clase dirigente. Desde la “marcha verde”, todas y cada una de las decisiones adoptadas con respecto al Sahara han sido inspiradas por un temor que excede de lo prudente y normal para llegar a la patología del pánico, que paraliza e impide actuar con cabeza y serenidad. Edward Munch debió inspirarse en nosotros a la hora de abordar su célebre cuadro.

Cedimos la administración del territorio saharaui a Marruecos cuando, desde el punto de vista del ordenamiento jurídico, al menos si se toma en consideración el Dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de la Haya de 1975, no existía razón en derecho suficiente para ello. Además, lo hicimos prescindiendo de la opinión pública mundial que nos recomendaba la consulta a unos ciudadanos, que se encontraban en la paradójica situación de tener la nacionalidad española. Para mayor vergüenza, habíamos bautizado pomposamente a su demarcación como una provincia, al mismo nivel que Sevilla o Lérida. Nos largamos de allí porque tuvimos pura y simplemente miedo: el de meternos en líos en el peligroso momento de la muerte de Franco. La injusta consecuencia fue que dejamos tirados a los nuestros.

Si en aquellas circunstancias nos lavamos las manos como un Pilatos cualquiera, una vez consolidada la democracia podíamos haber optado por mantener la dignidad, lamentablemente no lo hemos hecho así, y lo que ha pasado con Haidar lo confirma. ¿Por qué actuamos de tan cobarde manera? Probablemente, por una impresentable y descorazonadora razón: nuestros gobernantes tiene un miedo cerval a que nos reclamen los peñones, a que hagan lo mismo con Ceuta y Melilla y a que nos inunden con pateras. Para evitar problemas, hemos decidido convertirnos en privilegiados aliados del reino alauita. Y no nos damos cuenta que, de una u otra forma, cuando mejor les convenga, pasarán a la acción.

La debilidad de los Estados propicia el chantaje, así como otra cosa todavía más peligrosa: la desconfianza de la población. Es un hecho conocido que una parte importante de los habitantes de Ceuta y Melilla ha adquirido viviendas en la península pura y sencillamente porque no se fía de las promesas de nuestro Gobierno. Cuando cedes una y otra vez, lo único que consigues es retrasar la amenaza final. Pero es seguro que llegará, y entonces será muy tarde para reaccionar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Reivindicación de los godos

Al parecer se ha revelado falsa la noticia relativa a que un grupo de parlamentarios habría presentado una proposición no de ley dirigida a pedir el público arrepentimiento de los países árabes por la invasión del año 711, que, además de producir la ruina del próspero reino godo, habría alterado el sentido de nuestro devenir durante ocho siglos. Se ha dicho que la historia es la ciencia de la desgracia de los hombres, se puede intentar conocer pero es imposible volver atrás. ¿Cómo podemos determinar las causas exactas que motivaron un acontecimiento cuatrocientos, quinientos, o mil años después? Su moralidad o justicia sólo podría medirse en el contexto de la época que no tiene nada que ver con el actual, ¿cabría precisar ahora el carácter quintacolumnista de la minoría morisca en relación con el imperio turco, o nuestros enemigos europeos, en el año 1609?

Además, qué tenemos que ver con nuestros antepasados de tantas generaciones atrás. La historia es la que es, y se ha formado sobre cimientos de sangre e injusticia. Los Estados Unidos de Norteamérica constituyen actualmente el país más próspero de la tierra, y lo han llegado a ser con la esclavitud, la eliminación de la población india, la intolerancia puritana y el uso de la guerra hasta los inhumanos límites de Hiroshima y Nagasaki. ¿Es posible borrar todo de un plumazo? Al mismo tiempo, representan la patria de la libertad, el individualismo y el progreso tecnológico, y en conjunto, con lo bueno y lo malo, han creado esa nación, por cierto, incluyendo la atrocidad que cometieron con España al volar el Maine.

Uno de los acontecimientos que ha marcado Occidente en los últimos siglos es la Revolución Francesa, y a nadie se le ha ocurrido hasta ahora, aunque las paranoias pueden surgir, pedir perdón por ella. Sin embargo, bastaría con acudir a sus apologistas Lamartine o Michelet, cosa que encarecidamente recomiendo, para constatar que una de sus notas características fue la crueldad, la pura y simple bestialidad incluso, con la que los montagnards se comportaron con la nobleza y los miembros del antiguo régimen. Si quien me lee es un poco más frívolo que repase la biografía “María Antonieta” de Stefan Zweig. Saint Just incitaba a eliminar no sólo a los culpables, a los sospechosos también. De hecho, la guillotina estuvo trabajando a destajo durante todo el período convencional.

Por otra parte, constituimos un país cuya identidad se encuentra en franca crisis. Nuestra realidad nacional y su cultura, incluida la cristiana, están puestas en cuestión. Aunque yo nací en la ciudad marroquí e internacional de Tánger, y a mucha honra, no quiero que se pueda dudar de mi carácter occidental. Lo de los moriscos, que lo planteen en otro momento, actualmente me parece peligroso. Sería el colmo, y ridículo, que ahora se pretendiese volver a los reinos de taifas.