martes, 25 de agosto de 2009

La txupinera

Hace pocos días, la inmensa mayoría de los periódicos de difusión nacional dedicó sus primeras páginas a una información según la cual la txupinera de las fiestas de Bilbao (¡sepa Dios cuál pueda ser su exacta función!), hermana de un preso etarra, había recibido un sobre con una bala. El texto venía acompañado de una fotografía, no se sabe bien si más ridícula que cómica, en la que aparece mirando a las cámaras, encantada de sí misma, vestida con atuendo bien folklórico, y asumiendo actitudes de mujer heroica, muy por encima de las amenazas centralistas de “los de Madrid”. Aparte de constituir un monumento al despropósito, cabría preguntar por el interés real del tema.

La bala que le habían mandado podía obedecer a una broma macabra, a simple pitorreo o, efectivamente, a un serio intento de intimidación por parte de fanáticos desalmados. Cualquier cosa es posible, pero absolutamente ninguna de ellas parece tener la más mínima relevancia, y menos para merecer titulares de primera página. Todos los días, en una sociedad tan radical como la de Euskadi, los militantes de las distintas formaciones políticas (unos más que otros desde luego) han estado amenazándose en las formas más burdas posibles, y no digamos en centros rurales dominados por el mundo batasuno. ¿Qué necesidad hay de proporcionar munición a los amigos de Eta? Es verdad que una noticia debe ser suministrada en forma neutral, independientemente de a quién pueda beneficiar. Pero, en este caso, lo que se nos ofrece es una mera anécdota carente de significado, luego nos quejamos de la crisis de la prensa…

Cuando estudiaba en la primitiva escuela de periodismo de La Laguna, los profesores nos enseñaban a distinguir los datos serios de los que no lo eran. Los buenos periódicos lo sabían hacer, y en el diario de mi infancia, el España de Tánger, las noticias frívolas, los sucesos y los chismes tenían su sitio bien determinado: la última página, de donde no debían salir, a no ser que pretendieras degenerar hacia el puro y simple amarillismo. Desde luego, es una opción como otra cualquiera pero si se sigue por ese camino, en bien poco tiempo, nos quedaremos sin prensa.

Es sabido que el diario, como lo conocemos, nace con la Revolución francesa: Brissot dirigía el "Patriota Francés"; Condorcet "La Crónica de París"; Laclos "El diario de los jacobinos"; Fauchet "La Boca de Hierro"; Tallien "El amigo de los ciudadanos" etc, etc. Si, a la vista de un mundo que se tambaleaba, y de una Monarquía condenada a la guillotina, alguien les hubiese hablado de la carta a una “txupinera” se hubieran carcajeado sin pudor. Doscientos años después, una chica de Bilbao arrebata las portadas a María Antonieta, puede que ésa sea la verdadera noticia.

martes, 18 de agosto de 2009

El mundo de las abejas

Las abejas siempre interesaron a los primeros estudiosos de la ciencia política. Frente al caos de las sociedades humanas, su mundo parecía caracterizarse por el orden y la perfección, hacían lo que tenía que hacer y punto, no se planteaban dudas. Es verdad que cabría objetar su falta de libertad, pero ¿qué es eso? Si sólo sirve para generar angustia, ¿qué utilidad puede tener? De manera bien soberbia, el gran arquitecto León Battista Alberti refiriéndose al hombre decía: "A ti ha sido concedido un cuerpo más gracioso que el de otros animales, a ti la facultad de realizar movimientos aptos y diversos, a ti sentidos agudísimos y delicados, a ti ingenio, razón y memoria como un dios inmortal". Pero nuestra miseria ha merecido siempre justificaciones grandiosas que no tienen por qué ser ciertas, en cualquier caso no podrán demostrarse jamás.

Recientemente, en nuestras librerías están apareciendo muy diversos trabajos relativos a la superación de la especie humana, Así, acabo de leer una fascinante novela de Bernard Beckett, “Génesis”, que plantea una sociedad dominada por la inteligencia artificial, próximo escalón de nuestro desarrollo evolutivo. Contiene un inteligente diálogo entre el último de los hombres, Adán, y una de las nuevas máquinas a la que le dice, creo recordar, lo siguiente: Yo soy capaz de emocionarme, lloro con facilidad, cosa que tú jamás podrás hacer. Y la contestación no dejaba de ser previsible: “Es que has sido programado en forma bien imperfecta”. Si la angustia, la enfermedad y la muerte constituyen rémoras del hombre, y en muchos sentidos evidentemente lo son, la prepotente respuesta del robot no admite ninguna discusión.
Muy pocas cosas nuevas hay bajo el sol, y es evidente que “Génesis” recuerda al “mundo feliz” de Aldous Huxley. En el clásico, nuestra especie sería superada mediante la ingeniería genética, mientras que ahora por la artificial. Pero el problema en esencia sería el mismo: la conciencia de libertad que nos sirvió para rebelarnos contra un mundo hostil, y transformarlo a la medida de nuestras necesidades, se revela ahora un inconveniente: nos crea expectativas irreales, y hace sufrir. ¿No sería mejor alcanzar la serenidad de la máquina? Si a la manera de las laboriosas abejas, nos limitamos a cumplir una función, y ese constituye nuestro único objetivo, el sentido de la diferencia que proporciona el ego individual carecería de razón de ser.

No hace falta esperar a un lejano futuro para plantearnos el problema de la conciencia individual. Si basta con un psicofármaco, un vulgar antidepresivo, para cambiar al funcionamiento de nuestro cerebro; siguiendo a Eduardo Punset cabría que nos preguntásemos ¿dónde está ya el alma? La verdad es que deseo tenerla.

martes, 11 de agosto de 2009

Leonard Cohen

He conseguido entrada para el concierto de Leonard Cohen en Atarfe, Granada, el próximo día 13 de septiembre. Se dice que la gira viene motivada por el hecho de que la novia, aprovechando su retiro en un monasterio budista, le ha dejado prácticamente sin blanca. Y la verdad es que considero perfectamente justificado gastarme cien euros por escuchar a una persona que a su genialidad musical une la capacidad de arruinarse por amor a los 74 años. Nuestra hedonista sociedad ha convertido la pasión en una cosa estrictamente física, que no merece locuras de ningún género. Así somos de aburridos.

Estoy seguro de que cantará “The future”, lo que me permitirá soñar olvidándome de los soporíferos discursos que, a través de todos los medios de comunicación, nos sueltan personas que se dicen políticos y que, en la realidad, nunca han sabido lo que pueda ser un sistema ideológico, entre otras razones, porque a lo único que están acostumbrados es al ejercicio constante de la ruindad desde la mediocridad y mala fe. Mi generación, en cambio, creía que la transformación del mundo permitiría hacernos más buenos y más sabios, desgraciadamente no ha sido verdad.

Es evidente que, en Granada, tocará también “Take this waltz”, dedicada al asesinato de García Lorca. Podré así recordar mis tiempos juveniles en que nuestra guerra civil constituía un pretexto para admirar la resistencia de Madrid, en noviembre de 1936, o a figuras míticas como Constancia de la Mora, Margarita Nelken o La Pasionaria. Ahora, en cambio, se ha convertido en un arma arrojadiza para oportunistas que, sin tener la menor idea de quiénes pudieran ser Arturo Barea, Ramón Sender o Max Aub, quieren actuar como herederos vengativos de los vencidos cuando, paradójicamente, son en su inmensa mayoría nietos de los vencedores, y les da vergüenza reconocerlo, demostrando así que lo único que les importa es el arte de verlas venir.

Estoy deseando oír “Dance me to the end of love” para pensar en aquella chica que amé y que adoraba también a Leonard Cohen con el que, espero que sólo fuese platónicamente, siempre me compartió. Ojalá que la vida nos permitiese danzar eternamente con la mujer amada, y olvidar que, día tras día, nos estamos volviendo más viejos, más solos y más tristes. El 13 de septiembre, en Granada, tenemos todos una cita a la que deseo acudan los viejos amigos. Confío en que, incluso, los adalides de la modernidad, bien situados en los instituciones públicas, tan deseosos de figurar en fotos que puedan proporcionar réditos, se desplacen a Atarfe para disfrutar juntos de la noche. Eso sí, no quiero que me la estropeen, ni que me quiten a traición a la chica con la que pienso bailar.

martes, 4 de agosto de 2009

Descartes y los tontos

Hay veces, dado el espectáculo que diariamente contemplamos, que se tiene la tentación de afirmar que nuestra vida pública, el mundo en general, se ha llenado de tontos, algunos de un remate próximo a la genialidad. Sin embargo, hay que tener mucha medida a la hora de juzgar: Baltasar Gracián, en su jesuítico “Arte de la prudencia”, después de coincidir en que “el universo está lleno de necios”, pues, en su opinión, lo son “todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”, advertía que el mayor de todos “es el que no se considera tal pero califica así a los demás”. Vayamos con cuidado, pues, no sea que hagamos el más espantoso de los ridículos obviando nuestra propia necedad.

Lo mejor será que utilicemos el único método que, durante siglos, ha servido para obtener resultados matemáticos, es decir, que se pueden experimentar y demostrar: el racional. Para Descartes, su primera regla, era “no aceptar nunca como verdadera ninguna cosa que no conociese con evidencia que lo era”, evitando la precipitación y el prejuicio. Así, cuando vemos a Berlusconi proyectando videos de sus reuniones con altos dignatarios a preciosas señoritas, no conocidas precisamente por la profundidad de juicio ni por su dominio de la política internacional, no tendremos más remedio que deducir que se trata de un caso particularmente patológico de cerril vanidad. No hay ninguna duda de la estulticia, y si la afirmamos no corremos riesgo de ir contra prestigiosas normas de carácter científico.

Hay que reconocer que analizar el tema en España es más complicado por elementales razones: no se puede ir llamando por las buenas tonta a gente conocida y, en principio, respetable. Para evitar problemas será mejor que nos limitemos a sacar conclusiones en casos tan extremos que merezcan el calificativo de “capirote”, así obviaremos los dudosos que puedan inquietar a nuestro sentido ético. Pues bien, incluso con esta prevención, el examen de nuestra clase política no puede ser más desalentador, basta con poner de relieve un solo incidente: cómo calificar a unos dirigentes que dedican sus fuerzas de policía a espiarse los unos a los otros, no para proteger trascendentales secretos de estado, que desde luego no han tenido nunca, ni son capaces de tener, sino para chantajearse con líos y chismes.

La verdad es que existen motivos para preguntarse con preocupación en manos de quién estamos. Tomando el tema con cierta seriedad, en principio difícil de tener, cabría deducir que las denominadas “corrientes subterráneas de la historia” de las que nos han hablado relevantes tratadistas, contra las que el individuo aislado nada puede hacer, nos llevan al dominio de la general estupidez.