sábado, 26 de junio de 2004

El Sahara y la decencia

Marruecos se niega a ceder un ápice con respecto al Sahara, el Plan Baker parece paralizado y mientras tanto la población refugiada en Tinduf va siendo olvidada por todos: la comunidad internacional y los propios españoles. Para colmo, desde ciertos sectores empieza a oírse que el tema exige una política realista que atienda a los intereses de las distintas partes. ¿Qué significa eso? Desde luego nada bueno, sobre todo si se pone en conexión con la aproximación política y militar de los Estados Unidos hacia Marruecos. A veces resulta indignante, aparte de vergonzoso, tener que recordar lo obvio:

Primero.- El Sahara era una provincia española en la misma forma que Sevilla, Córdoba o Cádiz. Se mire como se mire, los saharauis son entonces compatriotas nuestros.

Segundo.- Tras una política de chantaje que culminó con la “marcha verde”, y aprovechándose de la debilidad española en los momentos de la enfermedad y muerte de Franco, Marruecos obtuvo de nuestro país, a finales de 1975, la cesión de la administración del territorio, procediendo a su ocupación.

Tercero.- Nuestro vecino carecía de título para ello, por lo menos con el suficiente grado de legitimidad. De hecho, el Tribunal Internacional de la Haya en octubre de 1975 había concluido que “ni los actos internos ni los internacionales invocados por Marruecos indican la existencia ni el reconocimiento de lazos jurídicos de soberanía territorial entre el Sahara occidental y el Estado marroquí”.

Cuarto.- A partir de la ocupación, Marruecos ha venido realizando una sistemática política de eliminación de los símbolos de la presencia cultural española, entre ellos, la lengua. Y, a manera de “hecho consumado”, ha sustituido progresivamente la población originaria del territorio, desplazada a los campos de refugiados de Argelia, por colonos de absoluta confianza.

Quinto.- Tras la superación de la “guerra fría” y el derribo del muro de Berlín, Estados Unidos adoptó una política de sincera simpatía hacia las aspiraciones nacionales de los saharauis, apoyando distintas resoluciones internacionales dirigidas a favorecer un referéndum de autodeterminación. Dicha actitud solamente cambia como consecuencia del avance integrista en el mundo árabe y los riesgos de desestabilización de la monarquía alauita.

Sexto.- Los países que aspiran a ser respetados y mantener un cierto prestigio internacional no pueden permitirse el lujo de abandonar a su suerte a los suyos. Tenemos un ejemplo bien cercano, el de Portugal, cuya clase política se empeñó en la liberación de la antigua colonia de Timor, invadida por Indonesia, hasta que lo consiguió.

Con independencia de todo ello, ¿cómo se puede ser tan ciego? Las relaciones con nuestro vecino marroquí han venido caracterizándose por la cesión permanente. Ni siquiera nos damos cuenta de sus maniobras a medio y largo plazo: o es que no está claro que si se retiró de la isla del Perejil fue por la intervención norteamericana y que viene fomentando una política de aumento de su población en las ciudades de Ceuta y Melilla para encontrarse en una excelente posición en el momento de plantear su reivindicación. Somos el único país europeo con un riesgo real de confrontación militar exterior. En los últimos cincuenta años lo hemos experimentado tres veces: Sidi Ifni, el Sahara y los sucesos del Perejil. ¿Queremos seguir concediendo ventajas?

En el fondo, además, lo que está realmente en juego es una simple cuestión de honestidad. No podemos desentendernos de una población a la que no dimos la más mínima posibilidad de decidir su destino y a la que entregamos a una potencia extranjera por simples razones de política interna: las de la transición. Pero es que hay algo más vergonzoso que no se ha puesto suficientemente de relieve, la existencia en aquel año de 1975 de un poderoso grupo de presión promarroquí, constituido por políticos y empresarios, cuyos intereses exclusivamente económicos se vieron favorecidos por la maquiavélica política de seducción y compra del rey Hassan II. ¿Ante quién respondemos de todo esto? Evidentemente, en primer lugar deberíamos hacerlo ante los propios saharauis que, por desgracia, no están en condiciones de reclamarnos nada.

Pero un Estado decente responde también ante la opinión pública internacional que, de manera todo lo imperceptible y lenta que se quiera, va formándose una idea del estilo y comportamiento de los miembros de la comunidad de naciones y puede pasar factura. Por otra parte, hay algo que en nuestro país hemos olvidado y que, entre todos, contribuimos a desacreditar: el orgullo nacional. Podrá parecer una entelequia de carácter decimonónico, pero que le pregunten a ingleses, franceses o norteamericanos...Todos ellos sabrán responder en qué consiste y las exigencias que implica. En lo que a mí concierne, me siento día a día avergonzado por la parte que me corresponde en el abandono de un pueblo a su suerte, por razones de prudencia tan fáciles de confundir con las de la pura y simple debilidad.